PUBLICADO EN INTERNET EL 23 DE JULIO DEL 2012

El último blog de Santiago Carrillo: '¿Un nuevo pacto de la Moncloa?'

Santiago Carrillo, con un cigarrillo en su habitual pose.

Santiago Carrillo, con un cigarrillo en su habitual pose. / periodico

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Estos días suenan voces favorables a un gran pacto de Estado, poniendo como ejemplo a imitar los Pactos de la Moncloa. La idea me parece demasiado simple. Es verdad que aquel pacto contribuyó a crear un clima político y a realizar una serie de pasos en el fortalecimiento del cambio democrático y la uperación de la crisis en momentos críticos. Pero la situación en que nos hallamos hoy es radicalmente diferente a la de entonces, una diferencia como de la noche al día.

¿Por qué hicimos los Pactos de la Moncloa? Porque la crisis originaba un descontento social que podía afectar al apoyo que las masas trabajadoras estaban dando a la Transición democrática española, que entonces se enfrentaba ya a amenazas muy serias que provenían de los grandes poderes económicos, de los militares franquistas y de amplios sectores de la Iglesia oficial.

No hay que olvidar que la independencia de Adolfo Suárez en su política internacional, política que entonces se calificaba de tercermundista en círculos diplomáticos occidentales, tampoco aseguraba a nuestra Transición un apoyo seguro, como pudimos apreciar el 23-F. Recuerdo que por aquellas fechas el presidente de la patronal hacía declaraciones en Nueva York sobre el peligro de que aquí imitáramos a los soviets. El Pacto de la Moncloa tenía dos partes: una política, en la que por primera vez se estampaban en el papel negro sobre blanco las bases del acuerdo entre los reformistas del franquismo y la oposición democrática, hasta entonces convenidas parcial o tácitamente ¿pero no escritas¿. Por cierto, que Alianza Popular, dirigida por Fraga, se negó a firmar esta parte de los pactos y solo firmó la parte económica y social, que si bien consignaba concesiones en conjunto, mantenía en lo esencial los avances logrados por el movimiento sindical. La necesidad de que el acuerdo político estuviera sustentado por un pacto social y económico ya había sido reconocida por Suárez y por mí en la conversación secreta de seis horas que habíamos mantenido a fines de febrero de 1977 en Aravaca.

Hoy ya no sería Suárez quien convocase, sería Mariano Rajoy, que sostiene la política de recortes para recapitalizar a los bancos. Debemos ser conscientes de que esos recortes, que significan el fin del Estado del Bienestar y el retroceso de un siglo en la relación de trabajadores y empresarios; la privatización de los servicios públicos, fortalecimiento del sistema ancario y del poder ciego de los mercados; el empobrecimiento del país y la reducción de las libertades democráticas, no admiten pacto alguno entre las fuerzas de izquierda y progresistas y la derecha.

Un pacto con esa derecha sería simplemente una capitulación imperdonable. Sin embargo, algo que es absolutamente necesario es el logro de una alianza de las fuerzas europeas de progreso, en la que estén los partidos, sindicatos, movimientos de base, incluidas ONG, todos cuantos coinciden en que lo esencial no es recapitalizar los bancos y seguir el dictado de los mercados, sino utilizar el capital que está ahí, en las arcas bancarias y en los paraísos fiscales, para sacar al sector productivo de la economía de la atonía actual, crear empleos y salir al paso de la ruina y el retroceso social y cultural. Esta alianza no iría contra la unidad europea, sino contra la degeneración de un organismo unido por arriba con vínculos entre los tecnócratas y burócratas de Bruselas que le dan cada vez más un carácter autoritario, mientras por abajo, a nivel de los pueblos, la división y la desigualdad se han profundizado. Porque la unidad europea necesita una cura de democratización y participación de los ciudadanos. Esa alianza tampoco iría contra el euro, sino por que haya una banca europea que garantice que el euro español vale tanto como el alemán, porque lo que sucede hoy demuestra que la unidad monetaria es una ficción.

En definitiva, la alianza que defiendo trataría de que el bastón de mando esté en manos de la política, es decir, en manos de la voluntad democrática de la ciudadanía.

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