CONTRACRÓNICA
Interiorismo del hogar socialista
Los íntimos comicios que son las primarias han permitido conocer por dentro las sedes de las agrupaciones de Barcelona
Una de las grandes novedades de las primarias socialistas es que, por primera vez en mucho tiempo, no hubo fotos de monjas ante las mesas electorales. No se tiene noticia de que, entre los militantes y los simpatizantes, hubiera religiosas inscritas en el censo, al menos con el hábito incorporado. Por lo demás, esos íntimos comicios se desarrollaron con los mismos parámetros que el resto. Hemos descubierto que los votantes socialistas no se distinguen del resto de la humanidad e incluso hemos llegado a la conclusión de que no hay ningún rasgo distintivo que separe a militantes de simpatizantes. Es decir, en las primarias hubo ancianos y jóvenes; un señor ataviado con abrigo, sombrero y gafas oscuras; familias con niños adjuntos; cabelleras al viento con patillas progresistas, algunos chicos con mochila y otros con iPad. La única diferencia, quizá, aparte de la ausencia de monjas, es que el sábado no es festivo. Debe ser por eso que una mujer llegó a la urna de Les Corts con la cesta de la compra y, tras votar, se dirigió al mercado de la Travessera.
Decoración de hotel
Otra de las grandes aportaciones de la jornada fue la posibilidad de conocer por dentro las sedes de las agrupaciones de Barcelona. Acostumbrados como estamos a ver votar en escuelas y centros cívicos, las primarias se convirtieron en una visita a las interioridades de la casa socialista. En el Torrent d'en Vidalet, en Gràcia, había una sala para votar y otra que era una especie de recibidor con sillas en las que descansaban dos mujeres que comían pastas y bebían zumo, obsequio de la organización. La mesa estaba sobre una especie de escenario muy rudimentario, el suelo era de ese material humilde que en mis tiempos se llamaba terrazo y por ahí pululaba una estufa eléctrica con ruedas. En Les Corts, el edificio está un poco desvencijado, aunque, por dentro, los pósteres de la pared (uno de Felipe González en blanco y negro en el que se leeLa victoria socialista) le dan un aire algo más cálido. Por el contrario, el entorno de la agrupación del Eixample, en la calle del Bruc, es monísimo. Con sofás de tonos beige, sillas y lámparas acogedoras, parecería un hotel decorado a lo Ikea si no fuera porque dominan, en la entrada, enormes letras en rojo (socialistes.cat) que dan fe de los propietarios. En la Gran Via, en la agrupación de Sant Martí, el tono es más de hotel internacional: sala de columnas (rojas, por supuesto) y un escenario para las ruedas de prensa, con focos cenitales, donde se enmarcaba la mesa electoral.
Lo habitual es que los miembros de la mesa tengan cara de aburridos y cabreados por perderse un arroz con la familia. Aquí no. La presidenta era una señora que había pasado por la peluquería y que había tenido la osadía mediática de vestirse con una camisa fucsia, aderezada con abalorios y con unas gafas que, por supuesto, eran rojas. Se la veía voluntaria y feliz, contenta, además, por ser el centro de la jornada puesto que por Sant Martí pasa Miquel Iceta con su calculada equidistancia.
Montserrat Tura no apareció en todo el día. Optó por la discreción. Igual andaba pensando que su oponente partía con doble ventaja. El voto del alcalde y el voto de la mujer de Jordi Hereu, que es simpatizante y que se supone que optó por la fidelidad conyugal.
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