Análisis

Mas manda con aire de 'sociovergencia'

JOAN TAPIA

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Antes de las elecciones dije que si Artur Mas quedaba a tres escaños de la mayoría absoluta (68 diputados), gobernaría con comodidad. Si se quedaba en 58 (encuesta del CIS), precisaría un pacto estable. Ayer salió elegido con sus 62 diputados, la abstención socialista (28 diputados) y 45 votos en contra, desde el PP hasta Joan Laporta.

A Mas le faltan seis diputados para la mayoría, pero ha logrado una buena investidura. Primero, porque con 62 diputados nadie cuestiona su derecho a gobernar. Segundo, porque tanto en su discurso como en las réplicas mostró voluntad y oficio. Tercero, porque el resultado

-fruto del pacto de investidura (ni de legislatura ni programático) con el PSC- era lo mejor que le podía pasar. A cambio de la abstención socialista, acepta compromisos para intentar llegar a acuerdos sustanciales, pero sin hipotecas. Sale elegido desde la sociovergencia light, el centro político y el catalanismo amplio. Y evita quedar marcado por la derecha españolista, lo que habría disgustado a muchos electores, o por el independentismo, lo que podía alarmar a parte de sus votantes.

Mas llega a la presidencia al frente de una nueva CiU -que ya no es la de Jordi Pujol- y desde la centralidad política. Y tiene las manos libres para pactos puntuales. Con el PSC en muchos asuntos. Con el PP en alguna materia económica e impositiva. Y con ERC para las políticas más identitarias. Las dificultades le vendrán ahora más de la complejidad de la crisis, y del riesgo de querer abrir una «transición catalana sin ningún límite pero con amplios consensos que empieza con el pacto fiscal», que de la estricta aritmética parlamentaria.

Y el PSC también gana. Pasa de ser el gran derrotado, principal culpable de un tripartito desacreditado, a un partido que favorece la gobernabilidad de Catalunya. Y, más importante, de alguna forma acota el campo de juego. Mas tiene las manos libres para gobernar con geometría variable, ma non troppo. Si se aleja mucho del terreno central -hacia el PP o hacia ERC- pagará el precio de contrariar el pacto de centralidad.

Parece, pues, que por voluntad propia, y forzado por las circunstancias, Artur Mas va a gobernar desde el centro político y desde el catalanismo no excluyente. Es quizá lo mejor que puede pasar en un momento de grave crisis y de difícil relación con España. Mas ha superado con éxito el primer acto, la victoria electoral, y el segundo, la investidura. Ahora llega el tercero, la formación de un equipo que genere suficiente confianza y que gobierne primando más la eficacia que la inclinación ideológica o partidaria.

Catalunya acaba de abrir una nueva etapa, la de la segunda alternancia, que ya no puede ser una película de buenos y malos. Como afirmó ayer Mas, «ara convé la legislatura de la serenor».