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Borja Corominas

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Portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de San Sebastián

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La culpa original

Sin nacionalismo el País Vasco sería hoy un lugar muy diferente, un lugar sin cicatrices, un lugar más completo, un lugar mucho mejor

Decenas de personas durante el cierre de campaña de Euskal Herria Bildu (EH Bildu), en la Plaza Nueva, a 19 de abril de 2024, en Bilbao, Vizcaya, País Vasco (España).

Decenas de personas durante el cierre de campaña de Euskal Herria Bildu (EH Bildu), en la Plaza Nueva, a 19 de abril de 2024, en Bilbao, Vizcaya, País Vasco (España). / Arnaitz Rubio

El nacionalismo en el País Vasco se abre paso por muchas razones. Unas objetivables, otras del todo esotéricas. Es hoy mayoritario por aciertos propios y errores ajenos; fruto de estrategias perfectamente ejecutadas, pero también por puro azar.

Pesa mucho en ese batiburrillo de razones objetivas y absurdas justificaciones la gestión de lo de aquí por los de aquí, la pertenencia al grupo, el atractivo primario de la exaltación de lo propio frente a la negación de lo ajeno, o los complejos de una mayoría acomodada sometida a los delirios de unos pocos. Pero hay otra poderosa palanca que permite al nacionalismo vasco mantener su hegemonía: la vergüenza.

En 'El Problema de la Culpa', K. Jaspers trata de desentrañar la responsabilidad individual y colectiva ante la aparición de la maldad.

“La comisión de pequeños pero numerosos actos de negligencia, de cómoda adaptación, (…) la participación en el surgimiento de la atmósfera pública que propaga la confusión y que, como tal, hace posible la maldad, todo esto tiene consecuencias que condicionan la culpa (…)”

Apunta el psicoanalista Iñaki Viar que “el asesinato de un ciudadano nos confronta a nuestra cuota de responsabilidad como miembros de esa misma sociedad, y hace que la indiferencia, la inhibición sistemática ante ese hecho, no puedan impedir que caiga sobre el sujeto su parte de culpa (…)”.

Es culpable el que ejecuta, el que idea, pero también lo es el que mira hacia otro lado. Es culpable el que aplaude a los victimarios y el que da la espalda a las víctimas. Es culpable el que algún día pronunció el terrible sintagma “algo habrá hecho”. Todos esos actos de negligencia individual diluyen las fronteras éticas de la sociedad haciendo posible y normalizando una maldad estructural. Hoy el proceso de derrumbe de las fronteras éticas que permite justificar lo injustificable sigue su curso y no parece que exista una necesidad colectiva de volver a dibujarlas.

Muchos, al sentirse interpelados por el lugar que ocuparon durante tantos años, se avergüenzan, y esa vergüenza, íntima, profunda y secreta, la enjuagan en el pozo del nacionalismo. Dice Viar, “el sentimiento de culpa no es algo que se elige sino algo que no se puede evitar que surja. Sí se puede negar, pero no sin consecuencias”. La culpa genera vergüenza, y esta obliga a una huida hacia adelante, para tratar de justificar lo injustificable. La mayoría se refugia en el nacionalismo, porque fuera de él, su vergüenza aparece a la vista de todos.

Desde el “todos estuvimos en contra del terror” al “ETA no fue más que un ciclo político”, el nacionalismo ofrece un cálido consuelo a miles de vascos y vascas a los que no se les exige una revisión ética de su posicionamiento frente al terrorismo.

El nacionalismo es una ideología arrinconada en Europa. Una ideología que causó cientos de millones de muertes durante el sXX. Ningún partido europeo osaría declararse abiertamente nacionalista. Ninguno mancharía su nombre con el adjetivo nacionalista en sus siglas.

ETA fue la expresión más violenta de un problema mayor. Un odio ligero que lo empapa todo, un odio casi invisible, un odio que perdura todavía hoy, que nos envuelve con un manto 'goxua' con sonrisa de 'amona.' El problema no fue el instrumento, el verdadero problema fue la ideología.

Hay una verdad inapelable, sin nacionalismo en el País Vasco, no se hubieran asesinado a 853 personas, no se hubieran cometido más de 3.500 atentados y no habría más de 7.000 víctimas. Sin nacionalismo en el País Vasco, 22 niños hubieran tenido la oportunidad de convertirse en adultos y decidir en libertad qué era lo mejor para su tierra. Sin nacionalismo decenas de miles de vascos y vascas vivirían todavía en sus casas.

Sin nacionalismo el País Vasco sería hoy un lugar muy diferente, un lugar sin cicatrices, un lugar más completo, un lugar mucho mejor. Y sin embargo, el manto invisible de la vergüenza, que todo lo envuelve, hace inviable otro escenario. Fuera del nacionalismo la exigencia es mayor, y el esfuerzo no vale la pena.

Jaspers diferencia entre una culpa criminal, que aplica un castigo pero no exige el arrepentimiento; una culpa política, que conlleva responsabilidad y, como consecuencia de ello, reparación y además la pérdida o limitación del poder y de los derechos políticos; una culpa moral de la que surge la conciencia, y con ella el arrepentimiento y la renovación; y una culpa metafísica, que tiene como consecuencia una transformación de la conciencia.

Son pasos que ahondan en la transformación individual y colectiva a través de la aceptación de la culpa y el enjuague de la vergüenza. No se puede transformar la conciencia individual y colectiva de una sociedad si no se repara antes la culpa política, si el nacionalismo no asume su responsabilidad, enfrenta su culpa y asume sus consecuencias. Ese es el gran paso que falta dar en el País Vasco. Démoslo entre todos.