Opinión | BLOGLOBAL

Albert Garrido

Albert Garrido

Periodista

La UE, pendiente del resultado de la ultraderecha

Sede del Parlamento Europeo, en Estrasburgo.

Sede del Parlamento Europeo, en Estrasburgo. / FRED MARVAUX/EP/DPA - Archivo

Cuando un auditorio numeroso y excitado vitorea y aclama a quien sostiene que la justicia social es aberrante, no hay duda de la gravedad del momento. Cuando alguien tiene como eslogan identificativo Viva la libertad, carajo y es jaleado como una estrella del rock antes de que arremeta contra todo, no caben dudas sobre la capacidad expansiva de la enfermedad. Cuando un jefe de Estado se presenta en Madrid, en viaje privado, pero en avión oficial, aterriza en la base de Torrejón, dispone del dispositivo de seguridad que le proporciona el país de acogida, no se molesta en visitar al rey y al presidente del Gobierno, sube a la tribuna y empieza a delirar hasta dedicar exabruptos al antedicho presidente y a su pareja, todo ello ante una congregación exaltada de extrema derecha, todas las alarmas están justificadas.

Como ha escrito Emma Riverola en EL PERIÓDICO, “el gran peligro de la ultraderecha no es que llegue a gobernar, sino que se adueñe del pensamiento colectivo”, de esa verborrea con la que Javier Milei, presidente de Argentina, armado con una motosierra cuando lo requiere el caso, se desmelena y arremete contra la cultura democrática. Milei es un sujeto peligroso, un escudero aventajado de Steve Bannon, uno de los gurús de la extrema derecha -Donald Trump, su entronizador-, porque se ha apropiado sin decirlo de la misma idea-fuerza de Bannon: “Soy un leninista. Lenin quería destruir el Estado y ese es mi objetivo también. Quiero llevarlo todo a derrumbarse y destruir todo lo establecido hoy”.

Ha empezado la campaña electoral en España para las europeas del 9 de junio en ese clima enrarecido, donde la derecha conservadora clásica, heredera de la democracia cristiana y diferentes corrientes liberales, cree que puede erosionar el posfranquismo o lo que sea en última instancia Vox, mediante la asunción del griterío de Vox, una suposición probablemente errónea porque entre el original y la copia, los electores afectos a la causa -sea esta la que sea- prefieren el original. No debe sorprender que, en tal situación, Daniel Innerarity sostenga en un artículo publicado el martes en El País: “Defender la democracia no pasa hoy por intensificar el combate entre izquierda y derecha, sino por acudir en ayuda de la derecha clásica”.

Esta es la cuestión: las dos grandes incógnitas que se derivan de la convocatoria electoral atañen a la extrema derecha. La primera incógnita se refiere al resultado que obtendrá ese universo de carnadura e intenciones claramente eurofóbicas, que impugna la construcción política de Europa, pretende blindar las fronteras frente a los flujos migratorios, niega la existencia de la emergencia climática, combate el feminismo, persevera en su demonización del colectivo LGTBI+, en su negación de la violencia de género, en su batalla contra la memoria histórica en España, en todo cuanto define una sociedad adulta, diversa, responsable y plural. La segunda incógnita tiene que ver con el amago de hace unos días de Ursula von der Leyen, cuando dejó en el aire si entra en sus cálculos alguna forma de acuerdo con un grupo ultra en el Parlamento Europeo si de ello depende armar una mayoría.

“La mejor manera de combatir ideológicamente a los reaccionarios pasa por entender qué puede significar hoy serlo y su contrario. Me temo que en el fragor de la batalla nos estamos saltando algunas distinciones que serían muy útiles (…) para comprender lo que está pasando”, afirma Daniel Innerarity. Saber por qué ha eclosionado el huevo de la serpiente es esencial para que la zozobra del núcleo europeísta formado por democristianos, socialdemócratas, liberales y verdes pueda sobrevivir sin pérdidas mayores a las elecciones que se avecinan. Una dualidad creciente anida en una sociedad tan compleja como la europea en su conjunto y en cada uno de los 27 socios como para que sea posible la movilización en toda clase de entornos contra la matanza de Gaza y, al mismo tiempo, una significativa minoría de su población más joven se sume con entusiasmo a las convocatorias ultras.

El austericidio que siguió a la última gran crisis financiera, la aparatosa gestión de los flujos migratorios, la progresión de la desigualdad y la rebelión de una parte de las élites contra el coste del Estado asistencial han engordado el descontento cuando no la decepción de una parte significativa del electorado. Se trata de un fenómeno transversal que ha desgajado hacia la oferta ultra a una parte del electorado conservador, ha ampliado el abstencionismo y ha dado pie a diferentes formas de escepticismo. Pero cuando alguien como Javier Milei con sus bravatas está en condiciones de alterar la campaña electoral en la forma que lo ha hecho, urge desentrañar datos esenciales menos obvios que concurren en el problema.

Quizá el escritor José Luis Sampedro, economista de formación, andaba en lo cierto cuando hacia 1996, durante la grabación de un reportaje para la televisión, adelantó que había muchas señales de cansancio del establishment financiero con los requisitos del Estado del bienestar. “Y la cosa irá a más”, dijo entonces, convencido de que habían desaparecido las razones para rescatar a Europa occidental de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial mediante programas sociales que superaran con creces los activados en el bloque de obediencia soviética. Sampedro no daba una puntada sin hilo, veía que el neoliberalismo había inducido en la socialdemocracia una rectificación conservadora y lamentaba la inevitable erosión y consiguiente fragmentación de la izquierda clásica.

Las encuestas realizadas con anterioridad al inicio de campaña, bastante antes de la comparecencia de Milei y del debate abierto por el reconocimiento del Estado palestino, tienen un valor relativo. El enconamiento es tan ruidoso y las incertidumbres sobre la participación, tan grandes, que cualquier vaticinio resulta precipitado. Es improbable que la parte propositiva que antecede a la jornada del día 9 tenga mucha influencia en el comportamiento del electorado y que, en cambio, los dos bloques enfrentados den a la cita un carácter plebiscitario en un ambiente dominado por las emociones. Y en esa atmósfera tan escasamente política y tan apegada a la emotividad del momento está por ver si se cumplirá en Europa la conclusión a la que llegó un exasesor político del Partido Repúblicano de Estados Unidos después de las elecciones de mitad de mandato de noviembre de 2022: Donald Trump es el principal agente movilizador de los demócratas. Esto es, está por ver si las proclamas de la extrema derecha europea son el mayor agente movilizador del voto europeísta, desde la derecha civilizada a la nueva izquierda, porque hay mucho en juego.