La espiral de la libreta
Olga Merino

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Periodista y escritora

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Desfile de Louis Vuitton en el Park Güell

Ahora el objetivo pasa por seducir al turismo de lujo. El problema es el cómo. ¿Convivirá con el masivo? Mientras, Barcelona puede acabar consumida por sobreexposición

Protesta dentro y fuera del recinto del Park Guell contra el desfile de Louis Vuitton.

Protesta dentro y fuera del recinto del Park Guell contra el desfile de Louis Vuitton. / Marc Asensio

La industria de la moda necesita una buena puesta en escena, bellas imágenes que sean sobre todo ‘instagrameables’. De ahí que la firma de moda francesa Louis Vuitton haya escogido el Park Güell para presentar su colección ‘Crucero 25’. No me extraña. En los días claros, las vistas de la ciudad desde las alturas de La Salut son muy fotogénicas: las fantasías arquitectónicas de Gaudí, sus cerámicas y cristales de mil colores, recortan sus siluetas contra el azul del cielo y la línea serena del mar. Una postal magnífica que ha mantenido estos días los hoteles de lujo a tope. Pero los vecinos del barrio están que trinan: no solo porque el desfile les ha entorpecido la movilidad, ya de por sí complicada debido a las cuestas y la masificación turística, sino también porque durante los preparativos se han cargado un trozo del muro de piedra que coronaba un tramo de escaleras, en un espacio patrimonio de la humanidad. ‘Trencadissa’ junto al ‘trencadís’. El tuitero el Boig de Can Fanga, que tiene mucha gracia, ha renombrado a la marca de Louis Vuitton como Luis Butrón. Se harán cargo de los gastos de reparación, pero vaya susto.

Lo que importa es que la foto quede guay. En diciembre último, le tocó el turno a Manchester, que acogió una pasarela de Chanel en un espectacular contraste: los trajes de chaqueta de la ‘maison’ frente a los edificios de ladrillo rojo de la vieja Cotonópolis, ciudad hermana de Barcelona en su pasado de pujanza económica gracias al vapor del textil. Otra instantánea, otro guiño del lujo aspiracional, ese que pretende seducir a las clases medias: no podrás comprarte un modelito, pero un pintalabios soñador quizá sí.

Frente a ese tipo de suntuosidad comercial, se abre camino otro tipo de lujo, el ‘quiet luxury’, silencioso y discreto, que pretende pasar desapercibido. Y hete aquí que acaba de anunciarse que Barcelona acogerá el año próximo, entre el 18 y el 20 de mayo, el Business of Luxury Summit, en su vigésima edición, auspiciada por el periódico británico ‘Financial Times’. Una especie de cumbre de la industria del lujo, que estudiará cómo cautivar precisamente a ese sector muy acaudalado que gasta mucho, a pesar de los tiempos recios y la inflación. Hospedar un evento de estos vuelos concuerda con el cambio estratégico de las autoridades municipales, que pretenden apostar ahora por un turismo de calidad y mayor valor añadido. La música suena bien; el problema es el cómo de la partitura.

A estas alturas del partido, el turismo masivo se antoja ya un fenómeno irreversible en ciudades como Barcelona, Madrid, Málaga o Valencia. Tiendas de ‘souvenirs’, metros y autobuses atestados y pisos turísticos que amargan la vida a los vecinos. Qué van a hacer ahora, ¿revocar las licencias? Vamos tarde, me temo. Más bien, el turismo de chancleta y paella prefabricada acabará conviviendo con el de lujo en planos superpuestos, sin rozarse. Hoteles de lujo, cruceros de lujo, aviones de lujo. El turismo es un innegable motor económico, sí, pero Barcelona puede acabar consumida por sobreexposición.