Preocupación global
Editorial

Editorial

Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Irán, una incertidumbre nuclear

La opacidad da pie a sospechas en una atmósfera extremadamente volátil en la que todo puede suceder

Planta d’enriquiment de combustible nuclear de Natanz, a prop de la ciutat d’Esfahan. | RAHEB HOMAVAND / REUTERS

Planta d’enriquiment de combustible nuclear de Natanz, a prop de la ciutat d’Esfahan. | RAHEB HOMAVAND / REUTERS / Adrià Rocha Cutiller

Los planes nucleares que abriga el régimen iraní son motivo justificado de preocupación. La disposición de la teocracia de los ayatolás a disponer en pocas semanas de uranio enriquecido al 90% -ahora lo tiene al 60%- se ha multiplicado con las incertidumbres de futuro derivadas de la muerte del presidente Ebrahim Raisí en un accidente de helicóptero. Especialmente, la incógnita sobre quién será el sucesor de Alí Jamenei, líder supremo de la República islámica, en un puesto que parecía destinado a Raisí y para el que ahora se manejan varios nombres, todos del ala dura como el jefe del Estado fallecido.

A la espera de la celebración de elecciones presidenciales, la única certeza es que Irán se ha dado momentáneamente por satisfecho con el ataque del pasado abril contra Israel con drones y misiles y con la respuesta contenida israelí, que no causó daños a las instalaciones de su programa nuclear. Pero en el seno del régimen alientan dos puntos de vista diferentes: el que entiende que, como demuestra la historia, disponer del arma nuclear blinda a quien la posee frente a sus enemigos, y el que sostiene que enfilar la recta final del enriquecimiento de uranio entraña riesgos inasumibles frente a Israel y Estados Unidos. Con la posibilidad añadida de que agrave las tensiones regionales desencadenadas por la guerra de Gaza.

En teoría, el sector más duro del entorno de Alí Jamenei apuesta por armar la bomba y el más posibilista cree que es momento de esperar y ver. En medio, el líder espiritual mantiene una actitud expectante en la que cada día pesa menos su vieja advertencia de que desarrollar el arma nuclear es contrario a los preceptos del islam. De hecho, predomina en la Administración de Joe Biden el convencimiento de que el fallecido Raisí se decantaba por mantener vivo el programa nuclear y es improbable que quien le sustituya sea alguien de la facción moderada del clero iraní. O lo que es lo mismo, que sea alguien inclinado a sacar el máximo partido a la movilización contra Israel de sus aliados -Hamás en Gaza, Hizbulá en Líbano, y los hutís en Yemen- antes que a perseverar en la implicación directa en la crisis de Oriente Próximo.

Las dificultades crecientes del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) para acceder a las plantas nucleares no es un detalle menor. Porque si el programa iraní de enriquecimiento de uranio tuviese como finalidad única disponer de combustible con fines civiles, carecería de sentido poner límites a la labor de los inspectores de la OIEA. 

En cambio, la opacidad da pie a toda clase de sospechas y recelos en una atmósfera extremadamente volátil en la que todo puede suceder, una situación que hace imposible que Irán pueda desandar el camino seguido a partir del momento en el que Donald Trump canceló el acuerdo que había conseguido Barack Obama para detener la nuclearización del país y, al mismo tiempo, multiplicó las sanciones con grave perjuicio para la economía iraní. Algo que no ha impedido a los ayatolás estar a un paso de ser una potencia nuclear y disponer de un arma presuntamente disuasoria que acrecentaría su influencia regional, alimentaría todavía más la inestabilidad en la vecindad de Israel, poseedor asimismo del arma nuclear, y tendría una repercusión global.