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Escenario poselectoral
Sergi Sol

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Periodista

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De "referéndum o referéndum" a "president o president"

Nunca la política tuvo un carácter tan egocéntrico, tan personal

Puigdemont quiere optar a la investidura: "Puedo articular una mayoría más amplia que la de Illa"

Junqueras se postula para seguir al frente de ERC y buscará el aval de la militancia

El candidato de Junts, Carles Puigdemont, en un acto con los jóvenes de la JNC

El candidato de Junts, Carles Puigdemont, en un acto con los jóvenes de la JNC

En su día se dijo que Puigdemont quería emular a Tarradellas. Había una notable diferencia en los papeles de ambos como exiliados. Tarradellas iba por libre y se deshizo de toda atadura partidista mientras Puigdemont ha hecho justamente lo contrario, al punto de ejercer como monarca absoluto de Junts. Gobierna el partido como el capataz la finca. Luego, para más inri, está su visceral animadversión por el resto, en particular con la ERC de Junqueras. Su entorno confiesa que no puede con él, le saca de quicio. Es mentar el nombre del republicano y enrojece de cólera.

Son notables diferencias con el rol de Tarradellas. Pero no insalvables. Porque Tarradellas volvió pactando con Adolfo Suárez y Puigdemont intentaba la vuelta bendecido por las urnas.

Pese al abismo que separa ambas posiciones y, sobre todo, actitudes, todo tendría cierto sentido si tras presentarse a las elecciones hubiera salido victorioso, más allá de su pugna con los republicanos que, efectivamente, han obtenido un pésimo resultado que se ha llevado a Aragonès por delante.

Pero la realidad -a la que Puigdemont lleva años burlando- es que tras las elecciones, el Parlament de Catalunya ha quedado claramente más escorado a la derecha y con mayoría absoluta de PSC, PP y Vox. Eso sin contar a los Comuns, que acostumbran a ir -dicho con cierta sorna- más de la mano del PSC que de Junts.

Una vez se certificó el resultado electoral parecía obvio que la llamada "restitución" (lo de la independencia exprés y otras nobles causas se ha evaporado de la agenda) no era precisamente lo que habían votado los ciudadanos catalanes. Pero la cordura ni está ni se la espera. La fe ha sustituido a la razón en ese mundo. De paso, las urnas dejaron de ser sagradas.

Y ahí se desencadena el frenesí. Pese a la clamorosa evidencia, Puigdemont asegura que él tiene que ser el president. O president o president es el nuevo mantra. Es más, o eso o hay que pegar fuego a la barraca. O yo o nadie, clama el candidato de Junts.

De manera que su Plan A es ahora exigir a ERC que le vote la investidura a la que dice que va a presentarse. Lo que para nada es descartable, aunque los republicanos sean su saco de los golpes. Y lo van a seguir siendo, es hombre de ideas fijas. Pero hay un problema a todas luces y es que esa suma se queda corta. También con la CUP sigue lejos de la mayoría.

Y ahí es donde Puigdemont vuelve a exigir: que el PSC (claro ganador) le dé también su apoyo, ni que sea con una abstención. Lo que sí nos devolvería, en cierta medida, a la operación Tarradellas. Esto es, un pacto con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, como antaño Suárez pactó con Tarradellas para lograr la presidencia autonómica.

Todo ello tiene un componente surrealista que podríamos enmarcar en el género de las 'jugadas maestras', jocosa expresión con la que su entorno se refiere a los enunciados de Waterloo, aunque a menudo parezcan ocurrencias. Otra consideración de género gubernamental, ¿esa ecuación, con qué propósito? Tras lo dicho tantas veces, igual será para levantar la DUI, dicho con cierto sarcasmo.

Si el Plan A de Puigdemont no prospera, está el Plan B. Nuevas elecciones, ahora exigiendo que ERC no se presente y le dé su apoyo sumiso e incondicional. Vamos, otro Junts pel Sí. No es broma. Un Junts pel Sí bis que, además de ganar al PSC, debería lograr que el actual Parlament cambiara de signo, esto es, que el independentismo recobrara el vigor y volviera a sumar mayoría absolutísima.

Y de no ser así, pues igual vuelta a las urnas con el mismo principio y fin: Puigdemont president. Nunca la política tuvo un carácter tan egocéntrico, tan personal.

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