Cambiar el presente
Miqui Otero

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Escritor

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Confirmado: el futuro no tiene futuro

Es mejor tomar conciencia de que estamos acabados, para ahorrarnos esa fase de pesimismo realista y, de modo inminente, reaccionar

Estudiantes del movimiento 'Fridays For Future', en Sevilla, en 2019.

Estudiantes del movimiento 'Fridays For Future', en Sevilla, en 2019.

Hace ya muchos años que el futuro no tiene futuro. Lo dijo el escritor distópico JG Ballard en sus textos de los setenta y también lo cantaron los Sex Pistols más o menos en la misma época. Se sabe desde el ecologismo y se escucha en los mercados. Y, sin embargo, ahora por fin ha llegado la gran confirmación.

Me explico: hace unos días leí que el Instituto para el Futuro de la Humanidad (FHI), que trabajaba desde hace años en la Universidad de Oxford, ha echado el cierre. Tomen aire y reflexionen un segundo. Si un equipo universitario (plagado de tecno-optimistas) con este nombre chapa, es mejor que nosotros también cerremos la boca.

La situación me recuerda poderosamente al momento más tragicómico de la película 'Delitos y faltas'. Woody Allen acumula cintas de entrevistas con un filósofo, Louis Levy, que apuesta por una visión afirmativa y vitalista del mundo. Sabe el intelectual que “el universo es frío”, indiferente, pero piensa que nosotros lo podemos llenar con nuestros sentimientos. Mientras graba un documental sobre su figura, Allen se agarra a esa tabla ante sus propias zozobras. Bien, en un momento de la película se nos hace saber que el filósofo optimista se ha liquidado. “Me fui por la ventana”, dice su nota de suicidio.

Que el Instituto para el Futuro de la Humanidad cierre, sobre todo si me fijo solo en el nombre, me produce una angustia similar a la que siente el personaje de Allen. Y eso que no estaba de acuerdo con lo que pregonaba: ese colectivo de intelectuales pensaban en un futuro posible a través de un liberalismo fuertemente tecnológico que se imponía a la lógica y a la moral humanista. Dos de sus ideas, el largoplacismo radical y el altruismo eficaz, venían a decir que nos tenemos que preocupar solo por salvar a nuestro planeta en un futuro muy lejano, donde los riesgos existenciales nos esperan. Es decir, dejar de financiar las ayudas contra la malaria y apoyar las carreras espaciales de esos locos bajitos (millonarios como Elon Musk) para poder en el futuro tener un chalet adosado en Marte cuando la Tierra sea un horno a temperatura de 200 grados.

La humanidad, según ellos, tiene que dejar de ser un adolescente que se preocupa solo por qué hará, dónde se divertirá o descansará, el próximo fin de semana, para ocuparse de su plan de pensiones (por decirlo a escala humana). Así, abogan por la eugenesia liberal, por la investigación aeroespacial y por el perfeccionamiento de la especie a través de la manipulación de la genética gracias a la alta tecnología. Todo ello, añaden, para estar preparados cuando los robots sean más inteligentes que nosotros y nos quieran quitar la vida y el planeta.

Yo veo un vídeo de Feijóo hablando en inglés gracias a la IA, o me quedo en blanco cuando se cuelga el Word, y ya pienso que soy más tonto que mi ordenador. Así que prefiero preocuparme por el ahora. Justo cuando leía esta noticia, empezaba también el nuevo libro de Slavoj Zizek. En 'Demasiado tarde para despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro?' (Anagrama), la 'rock star' de la filosofía nos dice que nos olvidemos, que no hay tiempo de reaccionar, que, en palabras de R.E.M., “it’s the end of the world as we know it”. Si no partimos de ese pesimismo realista, nos pasaremos tres décadas planteándonos si reaccionar ante “los grandes retos” del cambio climático o las nuevas guerras atómicas. Es mejor tomar conciencia de que estamos acabados, para ahorrarnos esa fase y, de modo inminente, reaccionar. Es decir, pensar que no hay futuro para, como hicieron los Pistols o las distopías de Ballard, intentar cambiar un presente que nos permita pensar que el futuro tiene futuro.

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