Escritor.
Juan Tallón
Escritor.
La visión del 'cash'
El dinero en efectivo pasó de resultar inevitable a volverse casi una brutalidad. Es fácil asustarse cuando se distingue a alguien meter la mano en el bolsillo y extraer un fajo de billetes
Entre los mails que recibí el miércoles había uno de mi banco. Desconozco por qué lo leí antes de eliminarlo. Son segundos que puedes dedicar a otra cosa. Pero al final no me arrepentí. Tenía notas de seriedad y humor. «Queremos que puedas disponer de efectivo cuando lo necesites», decía el mensaje, y para eso me ofrecían «un nuevo servicio con el que podrás solicitar dinero desde la app y recogerlo en cualquier oficina de Correos o recibirlo en tu domicilio». No me pareció una opción atractiva, pues tengo un cajero cerca de casa. Pensé que era como si un amigo ourensano me propusiese ir a comer a Santiago, pero yendo por la carretera de Lugo. Pero quizá ya había demasiadas propuestas interesantes por todas partes. Por qué no una un poco gris.
Me gustó el mail, sin embargo, porque funcionaba como el antepenúltimo grito desesperado del cash, acorralado por las transacciones que vuelven el dinero casi una forma de pensamiento, que amenazaba con convertir el efectivo en una mera superstición. Es ya corrientísimo salir de casa con los bolsillos vacíos. A veces, por no esperar al semáforo y cruzar la calle, que tiene cuatro carriles, e ir al cajero, opto por seguir recto, mientras me digo que al fin y al cabo va a ser otro de esos días en los que todo se paga con tarjeta, incluido el pan.
El dinero en efectivo pasó con el tiempo de resultar inevitable a volverse casi una brutalidad. Es fácil asustarse cuando se distingue a alguien meter la mano en el bolsillo y extraer un fajo de billetes. No apartas la vista porque el dinero siempre es hipnótico, claro, pero algo se agita en la escena. Si no se ve, pero se adivina su bulto en una cartera, también se percibe la presencia de algo que remite a la barbarie. Hay en la exhibición del 'cash' una corriente invisible que te tensa, y si es mucho, que te agrade, como cuando ves a alguien escupir por la calle. Diría que forma parte del conjunto de miles de cosas ante las que nuestra extrema sensibilidad se sobrecoge. Porque desarrollamos una afectividad tan fina, tan ridícula, para ciertas cosas, que a partir de cierto número de billetes, vemos bárbaros.
Nos acostumbramos a la faceta invisible del dinero, pasando sutilmente de unas manos a otras a través de tarjetas, bizums, transferencias, cheques. A su manera, el 'cash' es pura violencia visual. Despierta sospechas. Hace tiempo que conspiramos a favor de su abandono. El mundo y su tecnología nos ha preparado para no tener que ver un billete durante días. Hace unas semanas, me dirigí a la lavandería del barrio con un puñado de monedas para hacer la colada. Mientras la lavadora giraba, advertí que solo me quedaban monedas de dos euros, y que la secadora solo admitía de uno. Me dirigí a un bar que había enfrente y le dije al camarero si podía darme cambio. Al hacerlo, y ver cómo me miraba, extrañado, me di cuenta de que algo que antes hacíamos continuamente, como cambiar dinero, ahora era un hábito por el que casi te miraban como a un chiflado.
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