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Josep Maria Fonalleras
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Octavi Vilà: elogio del silencio, la serenidad y la sencillez

Ha vivido 43 años de laicidad entre papeles y periódicos, conoce la tecnología y las redes, la historia del siglo XX y la importancia de la comunicación

Octavi Vilà, en Poblet.

Octavi Vilà, en Poblet. / ACN

Es un 6 de febrero y, en el monasterio de Poblet, hace frío. En las celdas de los monjes, no tanto como hace años, porque han mejorado las condiciones ambientales y porque, gracias a las placas solares y al gasóleo, la temperatura ya no es glacial. Pero el claustro, cuando suena la campana de las cinco menos cuarto de la madrugada que despierta a la comunidad, es un congelador. Toda la mole del monasterio lo es, desde la portalada flanqueada por las torres hasta el cimborrio, desde la Puerta Dorada al refectorio y al antiguo dormitorio medieval, desde los huertos y la viña al cementerio. Antes de la campana, el padre abad, fray Octavi Vilà, ya está de pie y consulta el correo electrónico. No lo hace todos los días, pero se ha levantado antes de Maitines (le ha despertado una alarma del móvil), y tiene tiempo de mirar la correspondencia. La noche anterior recibió dos llamadas de un número desconocido. Como no suele contestar si no conoce al interlocutor y, ya que el silencio es riguroso y la taciturnidad se cierne sobre Poblet desde las Completas, a las ocho y media de la noche, hasta el día siguiente, después de Laudes, a las siete de la mañana, fray Octavi Vilà es desconocedor de que el teléfono que sonaba era el de la Nunciatura. Querían comunicarle que el Papa le nombraba obispo de Girona. No lo sabrá, pues, hasta que abra el correo y se dé cuenta de que el número desconocido provenía, por así decirlo, de la embajada del Vaticano. Atraviesa el claustro gélido, se atavía con la cogulla blanca, el hábito para el coro, y preside los Maitines, a las cinco y cuarto. Después, en su celda, antes de Laudes y de la Misa conventual, antes del desayuno de las nueve, tiene un rato para pensar en la colosal sorpresa. Tampoco lleva tanto como abad. Fue bendecido como tal otro febrero, nevado, el de 2016. Ahora duda. Lo consultará con el arzobispo de Tarragona y con un asesor espiritual. Le vienen a la cabeza las imágenes de hace veinte años, cuando decidió pedir una excedencia de la Hemeroteca de Tarragona donde trabajaba para pasar dos meses en la hospedería del monasterio. Para calibrar, después de haber tenido contacto con Poblet desde pequeño (el padre llevaba las cuentas y él mismo era miembro de la Germandat que acogía a los laicos voluntarios) si era capaz de soportar las servidumbres de la vida monacal (el frío, también: era en invierno), la persistencia de las horas litúrgicas, las reglas de San Benito y la austeridad de los cistercienses.

Octavi Vilà tiene en mente la historia de Poblet (desde 1150, con los sepulcros de ocho condes reyes catalanes; desde la influencia de San Bernardo de Claraval y los nuevos “benedictinos blancos” hasta la desamortización y el renacimiento de la comunidad, ahora con una treintena de monjes), pero también contempla la contemporaneidad. Ha vivido 43 años de laicidad entre papeles y periódicos, conoce la tecnología y las redes, la historia del siglo XX y la importancia de la comunicación. Mantiene un blog de comentarios religiosos y escribe artículos y realiza entrevistas. Y piensa que "la Iglesia encarnada en este pueblo da fe de la realidad nacional de Catalunya". Mientras ha sido abad, el monasterio se ha modernizado y ha estado al frente (con el Programa Cosmos Poblet) de proyectos medioambientales, porque “si la creación es obra de Dios dejada al cuidado de los hombres, no podemos destruirla y debemos conservarla para que puedan gozar de ella las generaciones futuras”. Ya lo decía San Benito en el siglo VI, aunque sin utilizar la palabra “sostenibilidad”. Le gusta la música clásica (los conciertos de Savall en verano, el canto gregoriano) y es aficionado de la Penya de baloncesto. En cuanto al fútbol, será el obispo que verá como un equipo de su diócesis (el Girona, concretamente, al que sigue) juega por primera vez en Europa.

Es un 21 de abril. Fray Arcadi, con túnica blanca y escapulario negro, entra en la Catedral. No dejará de ser monje (querrá volver de vez en cuando a la celda de Poblet) pero saldrá de allí como obispo. Es torpe con la mitra y entona con no mucho acierto musical los cantos litúrgicos. Bendice a los fieles apresuradamente y con un caminar exigente. Quizá sean los nervios del primer día. Ofrece serenidad. "Aportar la calma", dice, "del clima de oración, tranquilo y reposado". Hace suyo el mensaje de San Bernardo: "El sabio considera un exilio vivir fuera de la mesura". Y, sin aspavientos, aboga por el “silencio, la reverencia, el recogimiento y la sencillez”.

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