Parece una tontería
Juan Tallón

Juan Tallón

Escritor.

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Día de poca monta

Cargamos tanto las tintas sobre la belleza y esplendor del 23 de abril, que lo que viene inmediatamente después representa solo el espacio o el lapso sobre el que se desmonta la grandeza de San Jordi

Ambiente de Sant Jordi en La Rambla de Barcelona

Ambiente de Sant Jordi en La Rambla de Barcelona / ZOWY VOETEN

El día siguiente a Sant Jordi, ¿qué? Nadie habla de él, salvo que se celebre un cumpleaños, o un entierro, u otro tipo de fecha muy personal. Es fácil pensar que carece de atributos que lo hagan vagamente especial para un grupo amplio de personas. Cargamos tanto las tintas sobre la belleza y esplendor del 23 de abril, que lo que viene inmediatamente después representa solo el espacio o el lapso sobre el que se desmonta la grandeza de San Jordi. El día siguiente al Día del Libro me hace pensar en el 26 de diciembre, típica jornada en la que tampoco nadie –a menos que te llames Esteban– se levanta y, profundamente conmovido, exclama «Guau, es 26 de diciembre; alucino». Ya lo relevante sucedió en la víspera, que si bien queda atrás, en su lugar deja un eco estentóreo.

La exuberancia de Sant Jordi y el Día del Libro reduce lo que viene a la mañana siguiente a un asunto de poca monta. «De poca monta», sin embargo, no debería ser sinónimo de falto de interés. Yo siempre recuerdo que un 24 de abril de hace años estaba a punto de desayunar, cuando oí gritos procedentes de la calle. De pronto, alguien exclamó: «Te voy a matar». Me asomé al balcón y pude ver un Seat Ibiza rojo arrancando a toda velocidad y a un hombre que se alejaba a la carrera, cojo. No entendí nada, pero en mitad de la calzada distinguí una pistola. Fue un hallazgo espeluznante y maravilloso, porque como periodista de sucesos que era en aquel momento comprendí que tenía el día resuelto. 

Movilicé inmediatamente a un fotógrafo de mi periódico, y solo después llamé a la policía, por si acaso. Me atendió un agente que me rogó que no le quitase ojo al arma, y a poder ser, que la retirase de la vía. «¿Y cómo, la agarro con la mano?», pregunté. «¡No! Mejor con el pie». Bajé a la calle, me acerqué a la pistola y la empujé dándole toquecitos con la puntera. ¡Era de juguete! El asunto perdió de golpe toda su gravedad. Aunque yo llené mi página igual. Siempre recuerdo que aquello sucedió un 24 de abril porque el día anterior fue San Jordi, obviamente.