Desperfectos
Valentí Puig

Valentí Puig

Escritor y periodista.

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Adiós Maricarmen, hola Barbie

Quisimos estar mejor comunicados que en cualquier otra época y ahora están de más los móviles en las aulas

Una niña mira las Barbie de un escaparate.

Una niña mira las Barbie de un escaparate. / Amanda Perobelli / Reuters

Los macro-diagnósticos sobre esta década envejecen al instante. Es como si algo estuviese por venir y no sabemos qué. El presente tan huidizo está sobrecargado de síntomas contradictorios. Estamos en manos de las mutaciones del silicio y de los algoritmos. Somos sociedades permanentemente pasando por el escáner y el electrocardiograma, por la radiología económica, por los índices de transparencia y de inestabilidad. Es como un convaleciente conectado a tantos detectores de temperatura, estrés, metabolización, presión arterial o densidad sanguínea que por fuerza ha de acusar algún nuevo mal. En consecuencia, desaparece Maricarmen y a las niñas las llamamos como los personajes de 'Juego de tronos'. 

Día sí, día no el Fondo Monetario Internacional revisa sus previsiones económicas. A veces de forma muy dispar, también dan las suyas la Moncloa, la Comisión Europea y el Banco de España. Nunca había circulado tanta información y nunca hubo tantas incógnitas. Como una tragicomedia intelectual, se ha profesionalizado el oficio de ensayista que un día anuncia el choque de las civilizaciones, otro el siglo de Asia, ayer el pleno empleo, mañana el paro total. Por las mañanas desayunamos con el modelo de Singapur y por la noche nos sentamos en el sofá para ver alguna farsa inédita de Donald Trump. Quisimos estar mejor comunicados que en cualquier otra época y ahora están de más los móviles en las aulas.

 Todo a la vez, inflación y devaluación, globalismo y nuevos localistas, redistribución y mercado libre. Sigue habiendo guerras. Perdemos memoria constantemente. Damos por hecho todos los progresos y exigimos otros más. No tiene valor que la mortalidad infantil en los siglos fuese del 80% o que, de cada seis, una mujer muriera al parir. No tienen valor la lavadora automática, la penicilina o el Estado de bienestar. Aparece Barbie Pérez y despedimos a María.  

 A saber cuándo daremos por finalizada la secuencia de una época y lograremos definir los paradigmas de otra. A pocos minutos de un bombardeo, pasan unos drones, fotografían la ciudad humeante y ya tenemos el titular de los informativos de televisión. El tatuaje pretende otra belleza, otra forma del deseo. La cocina deconstructiva nos desliga de antiguos sabores. Nos negamos a repetir el pasado y al mismo tiempo las modas son 'retro'. Los paraísos opiáceos son el nuevo horror.

Cada vez, convivimos de forma más inarticulada, inconexa. El 'mix' de identidades, géneros y filiaciones políticas es el nuevo barullo. Somos muy ajenos al destino de los demás. Reclamamos más derechos, pero desestimamos el bien común. Triunfan las políticas del ilusionismo, tal vez porque ofrecen soluciones instantáneas para lo que no las tiene o soluciones que no resuelven nada sino que lo empeoran. 

No sabemos todavía si se trata de un síntoma pasajero o un nuevo paradigma. Estemos emparejados con la penúltima Maricarmen o la nueva Barbie, seguimos con el termómetro puesto, a disposición del escáner, en una época escrutada al nanosegundo. Tiene cierta importancia que Barbie sepa sonreír.

Suscríbete para seguir leyendo