Cultura
Ernest Folch

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Editor y periodista

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Sant Jordi, Patrimonio de la Humanidad

Deberíamos pedir a la Unesco que de a Sant Jordi la categoría de acontecimiento planetario que merece y darnos así un pequeño chute de autoestima colectiva

Diada de Sant Jordi. Ambiente en La Rambla.

Diada de Sant Jordi. Ambiente en La Rambla. / FERRAN NADEU

Como cada año, se hará el milagro. Millones de personas saldremos a la calle a comprar un libro, a regalar una rosa, a pasear con nuestros seres queridos. Es Sant Jordi, quizás el único día del año en el que los catalanes hacemos todos lo mismo y al mismo tiempo. Sin apenas distinción de clase, origen, ideología, lengua, raza o religión, esta es nuestra fiesta total, inclusiva, indiscutible. La celebración es tan colosal y tan masiva que el 23 de abril es infinitamente más patriótico que el oficial 11 de setiembre, e infinitamente más romántico que el oficial 14 de febrero. Es un magnífico tres en uno, un día que es a la vez el Día del Libro, el Día de los Enamorados y el auténtico Día Nacional de Catalunya.

En el mundo hay muchas y muy importantes ferias del libro, pero no se sabe de ningún lugar en el que la pasión por este objeto se concentre en una sola fecha y dispersada por todo el territorio. Un país, el nuestro, que con el Barça en horas bajas, tiene cada vez menos referentes, lidera cada vez menos disciplinas, tiene escasas empresas con influencia global y, sin embargo, es el número uno del mundo indiscutible en sacar gente a la calle a comprar libros en un solo día. No hay en ningún lugar del planeta una explosión parecida, un arrebato colectivo de estas dimensiones, una necesidad de poner ni que sea unas horas este objeto aparentemente anacrónico pero a la vez tan moderno llamado libro por delante de cualquier cosa.

Lo más increíble es que esta manifestación masiva de gente se produce puntualmente cada 23 de abril sin necesidad de ninguna campaña de márqueting, de ningún recordatorio institucional; es una tradición tan profundamente arraigada que no hace falta ni recordarla. Es además una fiesta 100% producto de eso que un día se llamaba sociedad civil, que ha ido creciendo gracias al ingente esfuerzo de libreros, autores y editores durante décadas, en una especie de pacto social en el que los políticos no tienen ni pueden tener protagonismo. Este prodigio colectivo ha ido aumentando su fama global, y cada vez es más frecuente ver extranjeros en Sant Jordi maravillándose de este espectáculo que no tiene parangón en el mundo. Es por ello que más pronto que tarde deberíamos pedir a la Unesco que declare Sant Jordi Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Si ya lo son los 'castellers', el flamenco, la cetrería o el toque manual de campanas, con igual o más razón lo tiene que ser esta incomparable expresión cultural. En un país en el que tendemos a minusvalorar lo que hacemos y en donde nos cuesta encontrar logros colectivos de los que sentirnos orgullosos, deberíamos saber reivindicar y exhibir un día absolutamente único en el mundo. Un acontecimiento que no es mérito de nadie porque es mérito de todos. Es hora de que un organismo mundial reconozca el valor global de Sant Jordi para que valoremos en toda su dimensión lo que hemos conseguido. Sería la mejor manera de recuperar la autoestima perdida.  

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