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Una fiesta que no necesita festivos

El día del libro nos recuerda que la lectura sigue teniendo un lugar, y no como un reducto cultural sino, sobre todo, cuando es capaz de conectar con el público lector de las múltiples formas en que transmite conocimiento, refleja inquietudes, proporciona entretenimiento, inspira a otros medios y aporta herramientas de reflexión

Diada de Sant Jordi. Ambiente en La Rambla.

Diada de Sant Jordi. Ambiente en La Rambla. / FERRAN NADEU

El Sant Jordi de 2024, este año en martes, vuelve a ser de nuevo una fiesta en día no festivo. La paradoja que demuestra la potencia y el arraigo de una convocatoria popular que es capaz de abrir un paréntesis en la jornada laboral, de hacer que libreros, lectores y paseantes se apropien de las calles y de que el libro esté en el centro de las conversaciones y del paisaje. La Diada de Sant Jordi, pues, es una jornada excepcional: el día en que los autores y los lectores se van juntos de fiesta, como titulaba el suplemento especial de Abril publicado este sábado con EL PERIÓDICO. Pero también excepcional en el sentido de que durante el resto del año la literatura, o el libro como objeto a través del cual expresar cualquier tipo de inquietudes, curiosidades e intereses, tiene mucho más difícil situarse en ese lugar central que quizá una vez tuvo y que hoy debe compartir con otros muchos formatos.

El día del libro nos recuerda que la lectura sigue teniendo un lugar, y no como un reducto cultural sino, sobre todo, cuando es capaz de conectar con el público lector de las múltiples formas en que transmite conocimiento, refleja inquietudes, proporciona entretenimiento, inspira a otros medios como los audiovisuales y aporta herramientas de reflexión. Hay quien lamenta algunas de las características de esta jornada utilizando expresiones como masificación o mercantilización. Pero ojalá el resto del año se viviese solo un reflejo de lo que Sant Jordi supone.

Tras el paréntesis pandémico, la fiesta no ha dejado de crecer de nuevo, a la vez que los hábitos lectores resisten y contienen la erosión que iban sufriendo. Vuelven de nuevo a pasear por Barcelona autores del resto de España y también internacionales, para quienes el espectáculo de las calles resulta un descubrimiento deslumbrante, una de las mejores imágenes que puede presentar Catalunya al mundo. También se amplían los espacios reservados a la compra y vagabundeo con un libro y una rosa en la mano: en el caso de Barcelona la experiencia de crear una superilla literaria que ocupa las calzadas por un día ha demostrado ser un éxito que mejora una experiencia que ha llegado a verse amenazada por una saturación agobiante. Este año, desde su tradicional cuna en La Rambla hasta Gràcia. Y en otros barrios y en otras ciudades. La organización de esta superilla supone una aportación de fondos públicos con la que este año, por primera vez, colaborarán los libreros profesionales, para quienes Sant Jordi no es solo una fiesta popular o un acontecimiento cultural, sino una cuota destacable (equivalente a la facturación de todo un mes en un día) de sus ingresos. Un esfuerzo razonable, como lo demuestra que las quejas por esta novedad organizativa hayan sido francamente minoritarias. Otra novedad de este año será la decisión de los organizadores (la Cambra del Llibre, que agrupa a libreros, editores y distribuidores) de no precipitarse a ofrecer una clasificación de libros más vendidos el mismo día, cuando cualquier cálculo solo puede ser hipotético, sino al cabo de una semana, enumerando únicamente los títulos que han despertado más interés los días anteriores, una vez acabada la jornada y sin señalar ganadores. Es inevitable satisfacer la curiosidad por conocer cuáles han sido los intereses de los lectores, pero también es conveniente evitar confusiones: la experiencia dirá si este experimento lo consigue. En cualquier caso, ese día, los ganadores son todos, lectores y paseantes, autores y libreros.