Desperfectos
Valentí Puig

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Escritor y periodista.

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Larga vida a la OTAN

Sería la hora de incrementar la sinergia estratégica del atlantismo -tecnología, capacidad armamentística, ciberseguridad, nueva diplomacia, globalización- y no de crear armatostes institucionales

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, llega a la sede de la organización para asistir a la ceremonia por el 75 aniversario.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, llega a la sede de la organización para asistir a la ceremonia por el 75 aniversario. / VIRGINIA MAYO / AP

Al entrar Putin en Ucrania dio más sentido a la alianza defensiva que es la OTAN y que desde el final de la Guerra Fría estaba en fase de reajustes estratégicos a menudo con un toque de nirvana. Se han cumplido ahora los setenta y cinco años de la OTAN. Hasta el momento no ha existido otra alianza defensiva más eficaz, capaz de ganar la Guerra Fría sin bombardear a nadie. En cualquier momento aparecerán nuevos desafíos, pero es evidente que el bloque militar del Pacto de Varsovia –instrumentado por la Unión Soviética- no tiene hoy otro valor que una nota siniestra a pie de página. Es más: la mayoría de países sometidos por aquel pacto ahora son miembros de la OTAN. Sería la hora de incrementar la sinergia estratégica del atlantismo -tecnología, capacidad armamentística, ciberseguridad, nueva diplomacia, globalización- y no de crear armatostes institucionales, un maremágnum de siglas que solo se entiende en Bruselas y en las cátedras especializadas. 

Sin la protección de los Estados Unidos, la actual Unión Europea se vería en un limbo geoestratégico. Con o sin Trump, con unos Estados Unidos que prefiere concentrarse en el pulso con China, la Unión Europea tiene la urgencia de reforzar el vínculo atlantista: es decir, contribuir exactamente a su financiación y auparse como potencia geopolítica y a la vez modelo normativo. No solo se trata de pararle los pies a Putin. ¿Qué peso tiene la Unión Europea en un Oriente Medio que se está saliendo de quicio?

Macron suele hablar de la “autonomía estratégica” europea, pero la seguridad de la Unión Europea no se basa en la dispersión de fuerzas y estrategias sino en la consolidación del mando y la capacidad reactiva en bloque, siempre con los Estados Unidos o al menos hasta que no se vuelquen hacia el Pacífico. No sabemos cómo la OTAN quedará después de la guerra de Ucrania, pero sí sabemos que, sin la OTAN, Kiev ya sería un satélite de Putin.  

A inicios de los años cincuenta, Francia propuso la Comunidad Europea de Defensa: unas fuerzas armadas europeas, bajo mando de la OTAN. La guerra de Corea hizo temer que Rusia pudiera invadir Alemania. Washington –ante la amenaza soviética- decidió el rearme de la Alemania de posguerra –de hecho, la mitad de Alemania-. Al final la propia Asamblea Nacional francesa –gaullistas y comunistas- votó en contra de la Comunidad de Defensa. Y desde entonces, la OTAN aplica la disuasión, de Yugoslavia a Ucrania. Es un trazo permanente de la posguerra fría. A veces parece haber más consenso atlantista que euro-atlantista. Una buena defensa colectiva no es un tiovivo, pero da seguridad. Ahora mismo, se trata de debilitar a Putin al máximo sin atacar Rusia.  

Europa siguió siendo incapaz de tener su propio sistema defensivo pero, con la incorporación reciente de Suecia, los treinta y dos miembros de la OTAN están ahora volcados en contener a Putin en Ucrania. Larga vida a la OTAN, aunque solo sea porque más allá únicamente queda el limbo.

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