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Josep Maria Fonalleras
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El territorio que viaja

 Decenas de autocares y de coches privados llegarán al pabellón de Argelers para ver y escuchar y palpar a Carles Puigdemont

Puigdemont traslada la campaña del 12M al sur de Francia y hará mítines cada día en Argelers

Puigdemont se instala en el sur de Francia como paso previo a su regreso tras las elecciones del 12M

El expresidente Carles Puigdemont en Elna. | DAVID BORRAT / EFE

El expresidente Carles Puigdemont en Elna. | DAVID BORRAT / EFE / carlota camps

Hubo un tiempo, en los años 70 y 80, en que los mítines eran todo un espectáculo. Se juntaban varios factores: la novedad del invento, el deseo de vivir una historia compartida, la emoción colectiva y, ¿por qué no?, la posibilidad de ver de cerca a las estrellas del momento. No era necesario ser militante o simpatizante del partido. La gente iba a los mítines como quien asistía a un concierto, más allá de la adscripción ideológica e incluso con la idea -hoy del todo estrambótica- de valorar las propuestas de los candidatos para decidir el voto. Había mítines políticamente intensos, como aquel primero de la democracia, en el Palau Blaugrana, en junio de 1976, que titularon “Guanyem la Llibertat” y que iniciaba el proceso de constitución del PSC-Congrés. Entonces, Maria Aurèlia Capmany, vista la concentración humana y el nivel de condensación de la atmósfera en un ambiente húmedo y cargado, dijo “suem socialisme”, que es una expresión muy gráfica de la época.

Cuando las primeras espadas iban a provincias, la expectación era máxima para palpar 'in situ' la retórica encendida de los líderes. Luego, con el tiempo, todo se diluyó. Solo iban los militantes. Entramos en la dinámica de las agrupaciones que aún llenaban recintos más o menos notables, quizás con el cebo de un bocadillo, una pieza de fruta y una bebida. Poco o mucho se mantenía una idea básica: eran los líderes, aunque fuera por una cuestión de educación y para mantener las formas, quienes iban al territorio, esa entelequia que ahora todo el mundo menciona y que, de hecho, no significa nada, porque el territorio es una extensión de tierra, de árboles, matorrales y sembrados, y no un actor político.

Desde el 25 de abril hasta el 9 de mayo, sin embargo, la cosa cambiará. Será el territorio quien visitará al candidato. Nunca se había visto. Quizás en el mitin final, eso sí, pero no durante toda la campaña. Decenas de autocares y de coches privados llegarán al pabellón de Argelers para ver y escuchar y palpar a Carles Puigdemont. Lo anuncia en su página web una dulce voz femenina: “Desconecta la pantalla y conecta con el presidente”. Y añade: "Yo estuve allí", que pretende incitar, claro, la idea de haber asistido a un acontecimiento histórico, las últimas palabras de Puigdemont lejos de casa. Puedes apuntarte en la lista para llenar autocares. Y, ya que los desplazamientos generarán contaminación (es evidente que sería más sostenible un viaje del líder que cientos de trayectos desde Osona o Val d'Aran, desde las Terres de l'Ebre o el Penedès), el partido se compromete a reducir la huella de carbono con no sé cuántos proyectos medioambientales. Será bonito de ver, sobre todo las caras de satisfacción de los comerciantes del Vallespir, que podrán vender productos regionales, como vino de Banyuls o cerezas, las primeras de la temporada. Los fieles harán historia y podrán hacer turismo (el museo de arte moderno de Ceret, el campo de concentración en la playa). Una combinación imbatible, mientras el presidente ejerce de anfitrión y recibe a un territorio que viaja. 

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