Periodista y escritora
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Se acabó: fin del visado de oro
La medida no solventa el problema de la vivienda pero se antoja ética: por 500.000 euros podías comprarte una nacionalidad, cuando bastarán 20.000 para deshacerte de una persona refugiada.
Una tarde de domingo del pasado otoño, me topé en la céntrica calle de Casp con Ron Wood, guitarrista y bajo de los Rolling Stones. Me dio un vuelco el corazón, bum, bum, bum. Tuve que pellizcarme: ahí estaba su diabólica majestad en carne y (mucho) hueso, el pelo al estilo del pájaro loco, sentado en la terraza de un bar normal, en compañía de su esposa, Sally Humphreys, y las gemelas. La familia Wood reparte su tiempo entre Londres y Barcelona, donde, con dinero, se vive estupendamente: el mar, la luz, el clima casi tropical, arquitectura, buenos restaurantes y vecinos discretos y agradables, que no dan demasiado la murga. A la infanta Cristina le encantaba vivir aquí, y durante un tiempo también tuvimos por estos pagos a Woody Allen y su clarinete.
Resulta que Ronnie se compró un pisazo de 300 metros cerca del paseo de Gràcia, en el corazón de la alcachofa modernista, hacia octubre de 2013, el mismo año en que Mariano Rajoy introdujo los visados de oro en la legislación española para atraer capital extranjero mediante la adquisición de vivienda o bien la inversión en activos financieros. La medida se aprobó a la desesperada en momento muy duro tras la crisis del ladrillazo, iniciada en 2007-2008, que asestó un ‘nocaut’ a la economía española, dejándola al borde del rescate. Desde entonces y hasta la fecha, se han concedido 14.566 ‘golden visa’ correspondientes a bienes inmuebles; esto es, bastaba la compra de una propiedad por valor de más de 500.000 euros para adquirir, de paso, los derechos de tránsito por la Unión Europea. El Consejo de Ministros acaba de dar carpetazo al asunto: se acabó.
Los principales compradores son oriundos de China, Rusia, Reino Unido, Estados Unidos, Ucrania, Irán y Venezuela. Bruselas ya venía lanzando advertencias contra el pasaporte de oro, porque, de rondón, se han colado oligarcas indeseables, evasores fiscales y tintoreros de dinero sucio, mucho más satánicos que nuestro ‘stone’ barcelonés. Como destinos favoritos se han llevado la palma Marbella, Madrid, las islas Baleares y Barcelona (uno de cada tres visados de oro se concedió para la compra de un inmueble en la ciudad). En plan electoralista, el Gobierno aduce que la supresión de la visa dorada atajará la especulación inmobiliaria y la presión alcista de los precios de la vivienda. Hombre, no parece que el tijeretazo vaya a ser la panacea para solventar el problema inmobiliario en España, donde los anuncios de viviendas en alquiler publicados en el portal Idealista reciben una media de 27 contactos: la guerra de los aspirantes a inquilino por conseguir un piso (y pagarlo) es desquiciante.
No será solución pero se antoja una decisión elegante: por 500.000 euros podías comprarte una nacionalidad, cuando a partir de ahora bastarán 20.000 para deshacerte de la obligación de acoger a una persona refugiada. Esta última aseveración suena demagógica, y lo es, pero encierra una verdad granítica que ya cantaba el grupo ABBA hace un tiempo: «Money, money, money / must be funny / in the rich man's world».
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