Racismo
Albert Soler

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Periodista

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Vinicius, un lacista más

El jugador del Real Madrid y los lacistas nos recuerdan lo que decían nuestras abuelas de que los ricos también lloran

Este es el momento en el que Vinicius rompe a llorar por el racismo: "Sólo quiero jugar al fútbol"

Rueda de prensa Vinicius JR

Rueda de prensa Vinicius JR / Kiko Huesca

Ver a Vinicius llorando en televisión me llegó al alma, la dramática escena me hizo reconsiderar los prejuicios racistas que yo tenía sin saberlo. Desde entonces, me he propuesto que cuando vea a alguno de los muchos negros de mi barrio con un reloj de 100.000 euros en la muñeca, lo abrazaré y consolaré, es más, le mostraré mi apoyo por su triste situación. A saber por lo que estará pasando el pobre hombre, quién sabe qué miserias estará soportando, seguro que no tan graves como las que sufre Vinicius, pero aun así dignas de conmiseración. No he tenido todavía ocasión de consolar a nadie, y no por falta de vecinos negros sino de relojes de oro, porque los pocos que lo usan, lo llevan de plástico y digital.

Yo empecé a sospechar que los ricos lo pasan mal, al observar que los lacistas más furibundos, los que aseguran sentirse más oprimidos, tienen unos casoplones en cuya cocina cabe todo mi piso. Por algo mi amigo Alfonso Vilallonga canta que el famoso 'dret a decidir' que tanto reivindican, es entre «el xalet de la Cerdanya i la torre a l’Estartit». No siempre es una decisión fácil, así que no es raro que tantos lacistas se sientan oprimidos. Eso jamás lo vamos a entender quienes a duras penas nos permitimos un pisito en un barrio periférico, ya que vivimos con la tranquilidad que da saber que el próximo fin de semana lo pasaremos en la única casa que tenemos, no tenemos que estar pendientes toda la semana de los pronósticos del tiempo para saber si meter en la maleta el bañador o los esquíes. No es raro que se declaren oprimidos, no hay quien aguante esa presión.

Vinicius y los lacistas nos recuerdan lo que decían nuestras abuelas de que los ricos también lloran. Yo añadiría que lloran incluso con más ganas que los pobres, puesto que no están acostumbrados a tener preocupaciones. A un negro de mi barrio, de los de Casio de plástico, le da igual que alguien le grite «Mamadou, muérete!», bastante tiene con intentar subsistir un día más como para preocuparse de eso. Acostumbrado a cosas peores, sabe que lo mejor es no hacer caso a tal sugerencia, es decir, no morirse. Vinicius, en cambio, teme que si se muere no podrá disfrutar de su reloj de oro, y eso ha de doler en el alma, con lo bonito que es mirar la hora allí. Lo mismo ocurre con los lacistas, a quienes les oprime el fisco, los pantalones, el precio de los amarres en la Costa Brava, las semanas de espera para encontrar mesa en un restaurante con estrella Michelin y que el camarero de la estación de esquí diga «café con leche» en lugar de «cafè amb llet». Qué descansada vida la de los pobres, sin reloj de oro y sin opresiones diarias.

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