Ante las elecciones del 12M
Joan Tardà

Joan Tardà

Exdiputado de ERC.

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La institucionalización atenaza a las izquierdas catalanas

Salvador Illa está inmerso en el mismo dilema que los republicanos. Dice saber qué quiere, pero no manifiesta con quién quiere hacerlo

Salvador Illa saluda al president Aragonès en los premios Empresa del Año

Salvador Illa saluda al president Aragonès en los premios Empresa del Año / Ferran Nadeu

Aragonès ha dejado de decir "ojalá fuera posible pactar con Junts" consciente de que la decisión pertenece al conjunto de la militancia y no al candidato y conocedor de las distintas sensibilidades presentes en su partido. Más allá de que pronunciarse antes de la jornada electoral puede hacer perder apoyo de su electorado de frontera, es decir, el procedente de los votantes más identificados con los conceptos 'república' e 'izquierda' que con la independencia. El president, en cambio, ha irrumpido inteligentemente con una propuesta centrada en una financiación singular a la manera vasca, que responde a la necesidad de acabar con un desequilibrio entre lo que Catalunya aporta al Estado y lo que recibe que adquiere categoría de expolio, poniendo en jaque el Estado del bienestar. "Hablar de las cosas del comer de una vez", como me repite el vecino que reparte el voto entre ERC y PSC atendiendo a criterios no siempre fáciles de entender porque, pese a que siempre utiliza esta sentencia, también reconoce que a menudo se siente cautivo de intangibles emocionales. Un Aragonès, pues, que suma a la creciente buena gestión de su gobierno la hoja de ruta de ERC basada en la prioridad de la mejora de las condiciones de vida de las clases populares y la conquista progresiva de una negociación que permita un referéndum acordado. Por eso, gobernar la Generalitat, y a ser posible presidirla, resulta imprescindible.

A Salvador Illa las encuestas lo sitúan como ganador. Sin embargo, está inmerso en el mismo dilema que los republicanos. Dice saber qué quiere, y en este sentido acierta cuando afirma que el diálogo y la negociación con el Estado deben establecerse en paralelo entre partidos catalanes, pero no manifiesta con quién quiere hacerlo. Sin embargo, no puede esconder que desde una hipotética presidencia no pondría pegas a nadie. Tampoco al centroderecha de Junts, que seguro que sería aplaudido por Foment del Treball y poderes económicos de peso: pista libre al Cuarto Cinturón, al aeropuerto, al Hard Rock, a las grandes infraestructuras para el transporte de energía, etc. Sorprende, sin embargo, que no haya desembarcado con una propuesta innovadora en relación con la financiación o la profundización del autogobierno para descolocar a los adversarios.

Es verdad, pues, que el PSOE mantiene por primera vez posicionamientos más avanzados que los socialistas catalanes. Sin duda, los Obiols, Maragall, Montilla y Navarro, cada uno de ellos en su momento y circunstancia, actuaron como punta de lanza e incomodaron al partido hermano receloso de la modernidad y catalanismo del PSC. Y ejemplos de incidentes, un montón: desde la eliminación del grupo parlamentario en el Congreso al posicionamiento de Pere Navarro favorable a un referéndum acordado, pasando por el acuerdo Mas-Zapatero para impedir la conformación del gobierno tripartito presidido por José Montilla. En definitiva, que Illa crea que el "realismo" de su competidor Aragonès le permite instalarse en el inmovilismo no invita al optimismo si se tiene presente que, en caso de victoria, no alcanzará una mayoría absoluta.

Completa el escenario de las izquierdas catalanas una desaparecida (¡y a la vez tan necesaria!) CUP, que se debate de forma tardía sobre la conveniencia de superar el síndrome de Peter Pan, y el intento de Jéssica Albiach de comulgar con las ruedas de molino del Hard Rock cuando en el interior de su partido los sectores sindicalistas trinaban por la dificultad de explicar a su electorado cómo unos presupuestos expansivos, que culminaban la reversión de los recortes antisociales patrocinados por Mas cuando presidía el "Govern dels millors", eran derrotados a pesar de venir acordados con sus socios tradicionales. El trasfondo de la incompatibilidad, pese a los años de colaboración en la gobernabilidad de Barcelona, entre Collboni y Colau había sido determinante. Y las cuestiones personales no resultan fáciles de explicar.

No son, ni mucho menos, las campañas electorales, los escenarios más adecuados para debates profundos sobre las complicidades de las izquierdas. Las consignas y las ideas planas lo inundan todo. Sin embargo, o las nomenclaturas de los partidos abandonan el regate corto y superan diferencias, a menudo más relacionadas con intereses profesionales que con la ideología, a fin de empoderar sus bases y electores, o las izquierdas catalanas se arriesgan a perder el tren de los cambios vertiginosos en nuestra sociedad. Como muestra, recomiendo contar cuántos candidatos migrantes en lugares de salida aparecerán en las distintas candidaturas de las izquierdas. Solo tenían cinco parlamentarios extranjeros en la actual legislatura y en la próxima, quizás menos.

Ojalá la Institucionalización no hipoteque el futuro inmediato de las izquierdas catalanas.

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