Limón & Vinagre
Josep Cuní

Josep Cuní

Periodista.

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Marisa Paredes. Esa elegancia

De aquella iniciativa juvenil al reconocimiento general de un público que la sigue premiando sin mayor reserva que la que puedan manifestar aquellos que anteponen el recelo ideológico a la intensidad artística

Marisa Paredes con el Goya de Honor durante la 32 Edición de los Premios Goya.

Marisa Paredes con el Goya de Honor durante la 32 Edición de los Premios Goya. / Juan Manuel Prats

Hay estilos que marcan a las personas. Y elegancias que sobrepasan los vestidos para mostrar el carácter de quien los luce porque no siempre lo uno determina a lo otro aunque ayude e incite. Y tampoco hacen falta los tiros largos para demostrarlo. Lo saben bien los actores y las actrices entregados a la tarea de simular otros cuerpos y otras vidas escondiendo las propias a beneficio de la obra y su personaje. Aun así, también en este colectivo, como en la sociedad en su conjunto, la manera de actuar, de comportarse, determina diferencias notables. Incluso sin decir nada porque saber estar es un arte en sí mismo y aunque se estudie, no siempre se aprende. Hay un sexto sentido que, para quien lo tiene, no atiende a más razones que las propias y se desarrolla de acuerdo a cánones no reglados.

Marisa Paredes lo supo de pequeña. El origen humilde y la penuria de la posguerra le sirvieron de acicate a Maria Luisa Paredes Bartolomé (Madrid 3 de abril de 1946) para emular a quienes marcaban diferencias sociales empujándola a la rebelión de comportarse de igual manera sin renunciar a nada ni traicionar a nadie. Al contrario. Demostrando que una (o uno) puede acabar siendo como se ha propuesto para poder enfrentarse al mundo hostil, plantarle cara, preguntar a voz en grito: ¿qué pasa? y contestarse con orgullo: yo también puedo. Y ahí la tienen. De aquella iniciativa juvenil al reconocimiento general de un público que la sigue premiando sin mayor reserva que la que puedan manifestar aquellos que anteponen el recelo ideológico a la intensidad artística. Actitud que a Marisa, todo sea dicho de paso, le preocupa poco y la ocupa menos.

Empezar de muy joven en el mundo de la interpretación la ayudó en lo que se presentaba como una quimera. Fue aprendiendo de todos sus personajes de la mano de compañeros de elenco y de todas sus obras gracias al interés por los autores. No haber podido estudiar en la universidad como le hubiera gustado tampoco podía marcarla. Otro aliciente para la lucha intelectual forjada por los clásicos con quienes se subía a los escenarios o compartía platós de televisión en blanco y negro. Y luego el cine, que a pesar de haber supuesto su debut artístico a los catorce años, vivió como un antes y un después cuando Pedro Almodóvar llamó a su puerta.

Puede que haya sido el director manchego quien haya sabido mostrar mejor la capacidad de divina que tan bien le sienta a la Paredes y se ajusta a la personalidad de la actriz que la próxima semana le añadirá otro año a su larga y aclamada trayectoria. Fue él quien la hizo fumar de nuevo porque no podía comprenderse a la Becky de Tacones Lejanos sin el gesto de tener un cigarrillo entre los dedos ni el humo enturbiando la mirada. Y quien le impuso mantener el decolorado pelo que lucía por exigencias de un guion mexicano cuando aterrizó de nuevo en Madrid para imbuirse de otro de los perfiles que irían proyectando su carrera sin límites.

Tan asimilado tiene el estilo que Marisa Paredes desprende que cuando acudió al tanatorio para despedir a Concha Velasco y supo que Isabel Diaz-Ayuso estaba allí, no pudo contener su contrariedad y exclamando que se fuera, proclamó un ¡por favor! propio de cualquiera de sus papeles de elegante dama.

Ya lo dijo Coco Chanel: la simplicidad es la clave de la verdadera elegancia.

Suscríbete para seguir leyendo