Parece una tontería

Se busca olla exprés

¡Qué maravillosa carambola tuvo que darse! Imposible de fantasear. Quizá es cierto que atravesamos –no la familia, sino la humanidad– una crisis profunda de la imaginación

Ollas exprés.

Ollas exprés.

Juan Tallón

Juan Tallón

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Perder una olla exprés es dificilísimo, una genialidad. Está al alcance solo de unos pocos. Me cuesta imaginar qué pasos misteriosos y desafortunados hay que dar para conseguirlo. Pero mi madre lo hizo. A veces hacer las cosas mal requiere tanto virtuosismo como hacerlas bien, y más mérito. Ni ella ni nosotros –hijos, hermanos, cuñadas, sobrinos, nietas– nos explicamos cómo se sustrajo el viejo y desgastado utensilio a nuestro control. ¡Qué maravillosa carambola tuvo que darse! Imposible de fantasear. Quizá es cierto que atravesamos –no la familia, sino la humanidad– una crisis profunda de la imaginación. A estas alturas, la única certeza es que llevamos tres meses buscando la olla sin resultados. Tres-me-ses. Estamos tan desorientados –apenada solo mi madre– que no podemos ni asegurar si tres meses es mucho o poco tiempo, y si vamos a seguir así durante otros tantos o más.

La obsesión con la olla exprés produjo escenas grotescas, como ver a alguien abriendo los armarios, o levantando el canapé abatible de la cama, para asegurarse de que no se encontraba ahí. Olvidarse del asunto no va a ser fácil. Ocupa demasiado espacio en nuestra cabeza. «¿Se sabe algo de la olla exprés?» es el segundo o tercer comentario más recurrente cuando se encuentran dos familiares. Tarda un minuto en salir. El tono ha ido variando en este tiempo. Ahora estamos instalados en el recochineo. Pero para llegar aquí, vivimos semanas atrapados en el estupor. Había una necesidad imperativa de tener noticias, como si fuese cuestión de vida o muerte encontrar la olla exprés para ponernos a cocinar jarrete. 

Cada familiar buscó en su casa. No una vez, ni dos. Y como seguía sin aparecer, después llegaba mi madre, diciendo «Tienes que tenerla tú. ¿No te mandé caldo en ella hace poco?», y se ponía a buscar donde ya lo habías hecho tú. Y es raro, pero tampoco así aparecía. Mi madre había sido siempre la que encontraba todas las cosas. Tenía ese superpoder. De pronto, se le había gastado. Había perdido el toque.

Pero hace dos semanas sucedió algo extraño. Estaba en Madrid, con Sergi Pàmies, y le oí contar que años atrás había acudido a la oficina de objetos perdidos con el propósito de escribir una crónica. Le llamó la atención que, en realidad, se llamaba Oficina de Objetos Encontrados: no le extrañó. «Creo que el nombre explica cómo es Catalunya». Aquel sitio era droga para los ojos. Había de todo y de lo más raro. «Había, por ejemplo, ocho ollas exprés». Me quedé en estupefacto durante unos instantes, intentando procesar lo que acababa de oír. Y entonces dije que no me parecía en absoluto raro que hubiese ocho ollas exprés en aquella oficina. «Barcelona es un lugar enorme y, contra lo que pueda pensarse, perder una olla exprés está a la orden del día». Le expliqué cómo en mi familia estábamos precisamente buscando una, y que lo que él acababa de contar me insuflaba nuevos ánimos, porque si bien había gente desgraciada que perdía su olla exprés, había otra que la encontraba. Había esperanza. No descarto ir a buscarla a Barcelona.