Amnistía

Los muros de la vergüenza

En democracia es normal la alternancia política: no hay barreras que prohíban gobernar a tus adversarios políticos, que no enemigos.

Pedro Sánchez, con rostro serio, el pasado martes en el Congreso tras el rechazo de Junts a la amnistía.

Pedro Sánchez, con rostro serio, el pasado martes en el Congreso tras el rechazo de Junts a la amnistía. / JOSÉ LUIS ROCA

Álex Ramos

Álex Ramos

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En un desplazamiento reciente al Parlamento Europeo de Bruselas me llamaron la atención dos espacios íntima y desgraciadamente relacionados con la actualidad de nuestro país.

El museo Parlamentarium me evocó vívidamente el nefasto nacionalismo de la primera mitad del siglo XX, causante del desastre de las dos grandes guerras. En la segunda mitad del siglo pasado, la creación de la Unión Europea permitió superar el periodo del nacionalismo fratricida y poner rumbo a una etapa de paz y prosperidad para los ciudadanos europeos. Gracias a una Transición modélica, España se incorporó en el último cuarto del siglo a la senda europea de la democracia, la unión y la cooperación entre los estados miembros.

Me detuve también ante las dos secciones de hormigón originales del muro de Berlín expuestas en la entrada del hemiciclo europeo. El muro de la vergüenza dividió Europa durante 28 años hasta caer, por propio colapso interno, en el año 1989.

Como representante de una sociedad civil transversal y plural en el eje izquierda-derecha he manifestado reiteradamente una posición contraria a conceder la amnistía -en forma de privilegios e impunidad- a unos políticos condenados por delitos que causaron una grave fractura social en Catalunya. Amnistiados, además, por colegas de profesión para mantenerse en el Gobierno a cambio de siete votos. 

Como votante socialdemócrata con largas décadas de compromiso deseo manifestar algo que, probablemente, un militante con responsabilidad orgánica o de gobierno no pueda expresar en público porque le va el puesto de trabajo o las expectativas de futuro: no comparto el argumento de que todo se hace por la convivencia cuando sabemos perfectamente que se hace por conveniencia y no por ideología. Reitero un “no en mi nombre” y son muchos los compañeros socialdemócratas que lo comparten. 

Aunque lo que me parece más irresponsable, desde el punto de vista político, es justificarlo por la necesidad del Gobierno de construir un muro (otro) contra la mitad de los españoles, que son de derechas. Es un planteamiento populista del tipo amigo-enemigo o de las dos Españas.

Que desde un liderazgo político se requiera construir muros para ganar batallas parciales augura que se acabará perdiendo la contienda. Se levantan muros entre los propios votantes socialistas en primarias cainitas; entre catalanes legitimando con una amnistía a quienes han roto Catalunya; contra la mitad de los españoles por ser de ideología conservadora; contra los conservadores europeos con su líder Manfred Weber a la cabeza; entre nacionalistas vascos y constitucionalistas navarros, y un largo y preocupante etcétera. Todos esos muros son una mala táctica y una peor estrategia. 

En democracia es normal la alternancia política: no hay muros que prohíban gobernar a tus adversarios políticos, que no enemigos.

El presidente Sánchez aún está a tiempo de favorecer un gran pacto de la centralidad política aprovechando el trasfondo de las confesiones recientes de Núñez-Feijóo, para resolver, con el espíritu conciliador de la Transición, el bloqueo actual.

Si no se corrige la estrategia de las barreras separadoras como táctica de gobierno esto puede acabar, como ocurrió con el muro de Berlín, con un derrumbamiento propio o provocado por los nacionalistas de derechas de Junts y PNV, que ya dejaron caer a Felipe González y a Mariano Rajoy. Y con ello nos adentraríamos en un panorama sombrío para la socialdemocracia de nuestro país.