La hoguera

La destrucción de Carlos Vermut

El miedo a denunciar de las tres mujeres y el castigo fulminante y automático de Carlos Vermut nos dicen lo mismo: que la gente de la cultura es cómoda y cuchicheadora

Carlos Vermut, en la librería Ocho y medio de Madrid.

Carlos Vermut, en la librería Ocho y medio de Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

Juan Soto Ivars

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Desde el periódico de mayor tirada de España, tres mujeres denuncian el comportamiento sexual de un director de cine independiente. El periódico llama por teléfono al hombre, Carlos Vermut, que se defiende diciendo que él estaba convencido de que era todo consentido y negando algunos de los detalles. De las que acusan, dos mantuvieron relaciones más o menos continuadas con él tras las sesiones de sexo violento que hoy denuncian en la prensa. Los hechos perfectamente pueden ser ciertos, así como las interpretaciones.

Carlos Vermut podría ser algo que va desde un insensible a un criminal, pero el procedimiento para discernirlo está completamente roto. Ahora es un hombre tocado por la mancha negra y ya es tarde para echarse atrás: hemos aceptado que, para los problemas derivados de las relaciones habitualmente retorcidas entre hombres famosos y mujeres de su sector, la justicia se imparta desde la prensa y las redes sociales y se aplique un castigo ritual simultáneo a la acusación. Para mí la clave está en otra parte. Las tres mujeres dicen que no quisieron denunciarlo a la policía por temor a que sus carreras se vieran truncadas porque el director estaba "muy de moda". Este miedo tenía razón de ser y la prueba es que, ahora que el cuchicheo ha tomado la dirección contraria, a Carlos Vermut no lo va a tocar nadie ni con un palo.

La destrucción automática de su prestigio en medio de una morbosa murmuración podría haberles afectado a ellas, porque aquí todo depende de la cantidad de gente que hable mal de ti y decida que es mejor que no se te vea cerca. Aquí está el núcleo del asunto y lo más asqueroso de toda esta historia no exenta de escabrosidades: saber que ellas podrían haber sido las intocables porque aquí no prima la justicia, sino la dirección del cotilleo.

El miedo a denunciar de las tres mujeres y el castigo fulminante y automático de Carlos Vermut nos dicen lo mismo: que la gente de la cultura es cómoda y 'cuchicheadora'. Estar en buenas relaciones con los demás supone el 95% de los cimientos de tu carrera. Para ahorrarse el riesgo de verse apestadas, ellas han aceptado la invitación de la prensa a condenar a Vermut desde el anonimato, sin exposición, y el mundillo de la cultura las escucha y las aplaude de la misma forma que las hubiera cubierto de oprobio en caso de que el tamaño del escándalo se redujera a los corrillos y fuera más conveniente defender a Carlos Vermut.

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