Opinión |
La espiral de la libreta
Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

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Rotura del ascensor social, fin de un sueño

Fulgor y muerte de la enciclopedia como símbolo aspiracional

Volúmenes de la Gran Enciclopèdia Catalana

Volúmenes de la Gran Enciclopèdia Catalana

Hubo un tiempo en que se abría la puerta a todo quisque sin echar siquiera un vistazo por la mirilla: a las testigos de Jehová; al sereno y al barrendero, que felicitaban las pascuas con una postalita, pidiendo el aguinaldo; y al vendedor de enciclopedias, un señor vestido con traje de tergal y corbata que mostraba la mercancía sobre la mesa camilla del comedor. Fumaba. Desplegaba una perorata envolvente en la que el argumento comercial imbatible lo constituían los hijos, el futuro de aquellos mocosos que, tumbados sobre el suelo de linóleo, seguíamos haciéndoles perrerías a los ‘madelman’. Así, mediante el sistema de venta a domicilio, la enciclopedia, que nació elitista —Diderot, D'Alembert ‘et alii’—, empezó a entrar en los hogares de clases medias en los años 70 y 80, no solo como parte de la decoración, sino como indicativo de que en esa casa se aspiraba a la cultura. En la mía, sentó plaza la muy modesta Enciclopedia Universal Nauta —ni la Larousse ni la Espasa–Calpe, de más postín—, pagada a cómodos plazos.

Se me fue la cabeza recordando este asunto cuando, en pleno Eixample, me topé la otra tarde con una docena de volúmenes de la Enciclopèdia Catalana, con su característica encuadernación de color verde botella, tirados en el alcorque de un platanero. Quienquiera que se deshizo de la colección no se atrevió a echarla directamente al contenedor de la basura, pensando en que podría interesarle a algún transeúnte o porque quizá todavía se esconde un vestigio de sacrilegio en desprenderse de un libro.

POLVO Y ESPACIO

En verdad, las enciclopedias son un nido de polvo, ocupan demasiado espacio en los pisos cada vez más exiguos y se han quedado obsoletas con la irrupción de internet. La mismísima ‘Encyclopedia Britannica’, el ‘súmum’ del saber con sus 34 tomos, dejó de publicarse en papel en 2012, debido a la escasa demanda. Ahora comercializan la versión ‘online’.

Pero, aun así, los libros arrojados en plena calle, cual cáscaras de plátano, mientras una tenue brisa pasaba las páginas de uno de los tomos, abierto de brazos a la intemperie, daban un poco de pena, como el confeti sucio de un fin de fiesta, y abocaban al paseante a un doble vértigo. Por un lado, la enciclopedia despreciada simboliza el fin del sueño aspiracional de las clases medias, la rotura del ascensor social o, mejor dicho, de la escalera, pues costó mucho subir algún peldaño. Por otro, la angustia del conocimiento. Dicen que Aristóteles fue la última persona cuya cabeza reunía todo el cosmos. ¿O fue Leonardo? Como mucho, hasta Hegel. Ahora, sin embargo, un cerebro humano tendría capacidad para almacenar el 0,00002% del saber total. Me subo la cremallera del anorak y sigo caminando. Total, yo solo pasaba por ahí.   

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