Populismo
Ernest Folch

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Editor y periodista

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Alcaldes iluminados

Una patética epidemia populista se ha apoderado de nuestros alcaldes, que han descubierto en la Navidad la competición ideal para ganar capital político sin apenas esfuerzo

Vigo enciende la Navidad del mundo con "el árbol más brillante de la historia"

Albiol ya tiene montado el árbol de Navidad "más alto" de España

El 'superárbol' de Navidad de Badalona. Badalona ha encendido ya las más de 82.000 luces píxel que componen su tan mediático ‘superárbol’ de Navidad.

El 'superárbol' de Navidad de Badalona. Badalona ha encendido ya las más de 82.000 luces píxel que componen su tan mediático ‘superárbol’ de Navidad. / MANU MITRU

Un nuevo fantasma recorre España: el uso de la Navidad como trampolín político. El auténtico patentador del método, el pionero que descubrió que bastaba llenar de luces una ciudad para perpetuarse en el poder, fue un genio llamado Abel Caballero, el famoso alcalde de la famosa Vigo por sus famosas luces de Navidad. Concretamente, más de 11 millones de bombillas, 4.000 estructuras y 1.000 árboles con su correspondiente iluminación. El fenómeno vigués, como era esperable, ha generado ya las primeras imitaciones, y el avispado García Albiol, consciente de las ganancias políticas que pueden amasarse en las fiestas navideñas, entró en la carrera de ver quién tenía el árbol navideño más alto, competición que ha perdido con Granada, pero qué más da, ya ha conseguido lo que quería: como dice él, Badalona vuelve a estar en el mapa, y sin cortarse ni un pelo asegura que gracias al árbol se ha recuperado la autoestima perdida, el concepto clave de toda esta epidemia que ayuda a entender por qué todas estas ciudades quieren tener más luces o más metros de árbol o pesebres más grandes; cualquier marca, aunque sea efímera, sirve para que el alcalde de turno recoja durante la Navidad un suntuoso capital político que le servirá para el resto del año.

A la competición de quién lo tiene más largo se ha sumado de quién es el primero o el más rápido: Albiol dio el pistoletazo de la Navidad el 18 de noviembre, y no descarten que el próximo año lo haga ya en pleno mes de agosto. Y si alguien se queja, esto se hace, queridos conciudadanos, para subirnos la autoestima. Por supuesto, a nadie parece importarle que todo este circo se haga con dinero público, y la réplica oficial está perfectamente argumentada: lo poco que cuesta iluminar las calles, nos cuentan Caballero y Albiol, se compensa con el turismo que se genera, la publicidad que se crea y las noches de hotel que se venden. No es coste, es inversión, y así es como los alcaldes han aprendido a comprar campañas de imagen con las luces de todos. Lo interesante de verdad de este pequeño cuento de Navidad no es la carrera loca de ver quién pone más ‘leds’ sino cómo opera y cómo muta el trumpismo político cuando se aplica a pequeña escala. Lo verdaderamente fascinante es la poca resistencia y escasa crítica que encuentran en la opinión pública los alcaldes que se han puesto a jugar al populismo navideño: la sociedad parece ir interiorizando que un buen dirigente es el que mejor ilumina, como si las bombillas ejemplificaran en sí mismas la virtud del mandatario que se ocupa de las pequeñas cosas. Incluso hay quien ya verbaliza que la competencia entre ciudades es saludable, como si este duelo de luces fuera en realidad la expresión de una rivalidad sana y fructífera. La gentrificación, la movilidad sostenible, la contaminación o la seguridad son cuestiones demasiado espinosas en las que el alcalde tiene mucho que perder y poco que ganar. La Navidad trae la luz, y con ella se van los problemas. Unos alcaldes presuntamente lumínicos que más bien son unos iluminados.

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