Duelo

Lo que contamos en nuestras redes

No sé por qué, pero me sabe a poco no llorarla públicamente

FOMO: así es uno de los mayores problemas de las redes sociales

FOMO: así es uno de los mayores problemas de las redes sociales / Foto de Adem AY en Unsplash

Agnès Marquès

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Hablábamos de su relación con las redes sociales y de cómo hoy en día actrices como ella, de larga trayectoria, ven cómo su número de seguidores puede ser un factor importante a la hora de recibir ofertas de trabajo. Cuanto mayor sea la comunidad que te sigue en redes, más atractivo puedes ser como canal de amplificación (publicidad) de un proyecto… Así que a la precariedad laboral hay que añadirle la precariedad moral, y la falta de reacción con la que este tipo de situaciones nos sorprende. Con esta actriz compartimos generación, lo que indica que somos la generación bisagra entre el mundo analógico y el digital. Crecimos con teléfonos de cable en espiral en el salón y en la mesita de noche de los padres, llegamos a la universidad con los primeros teléfonos móviles, y los 'smartphones' y las redes ya nos llegaron en la treintena.

Nos consideramos los primeros de la era digital, pero ser los primeros no siempre significa ser los mejores. Y en este caso, menos: somos los que vamos más perdidos. Somos los únicos capaces de tener la duda que esta actriz me expresó: se acaba de separar y no sabe si debe explicarlo en las redes, explicárselo a la gente que la sigue. Si se lo debe. La respuesta de alguien de una generación mayor, pongo la mano en el fuego, hubiera sido que no y casi seguro que alguien en la veintena le hubiera preguntado ¿por qué no? Yo entiendo esa confusión, esa línea difusa entre lo que somos y lo que enseñamos, para quienes debutábamos en la vida adulta cuando irrumpió esta nueva manera de comunicarse, una nueva manera de ser, también. ¿Debo enseñar en las redes lo que soy, o solo aparentar ser lo que enseño?

Me fui a casa con su duda rondándome y topando con un pensamiento que tengo desde que hace unas semanas tuvimos que sacrificar a nuestra gata. No he colgado nada sobre su pérdida, algo que sin duda notamos cada día en casa después de haber convivido durante 10 años. Es la gata que intuyó antes que yo mi embarazo, la que reposó durante nueve meses ronroneando sobre mi vientre creciente y la compañera (y víctima) de las peluquerías, clases y tiendas de chuches que mi hija se ha inventado para jugar en sus primeros años de vida. No sé por qué, pero me sabe a poco no llorarla públicamente. Peluda-pelona, Vilma, aquí no he podido resistirme.