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La colonización trumpista amenaza el futuro del PP

Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados.

Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados. / José Luis Roca

Albert Garrido

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A la luz de las faltas de coherencia detectadas por Pedro Sánchez en la trayectoria de Alberto Núñez Feijóo y viceversa, valga por una vez recordar que las contradicciones son el motor de la historia, aunque, para el caso, resulte algo forzada la cita filosófica. En la crispación con aires de apocalipsis del debate de investidura, la pretensión de los adversarios de atacar por el flanco de las contradicciones las incongruencias del rival hizo que olvidaran que, en muchos casos, las supuestas contradicciones no pasaban de ser paradojas hijas de lo que el candidato a presidente del Gobierno resumió con la vieja expresión hacer de la necesidad virtud. Algo a lo que, por lo demás, ha tenido que recurrir cualquier gobernante sensato para no caer en una especie de fundamentalismo paralizante, ineficaz o de una agresividad sin límites, propio de líderes que se tienen a sí mismos por depositarios de una verdad absoluta e incontrovertible. Desde luego, ni al presidente del Gobierno ni al líder de la oposición se les puede atribuir tal perfil; han toreado en demasiadas plazas para creerse ellos mismos que su trayectoria es un compendio de coherencias encadenadas.

De las sesiones del miércoles y del jueves en el Congreso de los Diputados resulta más útil retener la sensación de que se han configurado dos bloques, separados no solo por factores ideológicos, sino también por la respuesta a una pregunta fundamental: ¿qué grupos parlamentarios están dispuestos a posibilitar que Vox se siente en el Consejo de Ministros? Es más esclarecedora la respuesta a esta pregunta que la búsqueda incansable de contradicciones para dar con la causa última de por qué razón es posible la formación de una mayoría de investidura particularmente heterogénea y por qué razón el PP no es capaz de lograr más aliado político que el grupo de Vox y el diputado de Unión del Pueblo Navarro.

La respuesta es, no por conocida, menos importante: ninguno de los partidos de la mayoría de investidura está dispuesto a pasar a la historia como aquel que contribuyó decisivamente a que la extrema derecha llegará al Gobierno. De lo que se desprende que el PP, esencial para dar voz al conservadurismo clásico en España, corre el riesgo de sufrir un proceso de colonización similar al experimentado por el Partido Republicano en Estados Unidos salvo, claro, que rectifique. Es decir, hasta que los populares no renuncien al entendimiento con Vox, es improbable que den con aliados que resquebrajen el conglomerado que de momento mantendrá a Pedro Sánchez en la Moncloa.

Cada país es un mundo y cada mundo obedece a reglas propias. Aun así, es ilustrativo lo sucedido en el Partido Republicano en lo que llevamos de siglo. Desde los albores del Tea Party a la llegada al poder de Donald Trump se desarrolló un largo proceso de consolidación del ideario de la América mesiánica, aquella que se atribuye la condición de pueblo elegido cuya primera misión es difundir una determinada forma de vida, una cultura política heredada de los padres fundadores. Los ocho años de mandato de Barack Obama aceleraron el proceso y el trumpismo, una versión wasp (blanca, anglosajona y protestante) de la extrema derecha, estimuló la quiebra social y alentó la crisis de Estado, cuya imagen más difundida es el asalto al Congreso el 6 de enero de 2021.

De las invocaciones al fraude electoral a la pretensión de cercar el Parlamento español, nada es casual en la estrategia seguida por Vox y tan a menudo asumida por el PP. El modelo es el trumpismo, que inquieta a los conservadores moderados de Estados Unidos y también a los de España, que contemplan con estupor los episodios de guerrilla urbana en la calle de Ferraz, el abandono del Congreso por Vox después de que Santiago Abascal pronunciara un discurso desabrido -el adjetivo es insuficiente- y de que unos energúmenos atacaran a unos diputados socialistas en un bar cercano al Congreso la mañana del jueves. El PP necesita despegarse de todo esto si quiere disputar el poder al PSOE mediante acuerdos con terceros que ven en Vox una amenaza cierta para la cultura democrática.

La presencia de Tucker Carlson, un comentarista a la derecha de todas las derechas, despedido de Fox News, una cadena ultra de noticias de Estados Unidos, no es casual. Carlson se apresuró a decir en noviembre de 2020 que Trump había sido víctima de fraude electoral y que le habían robado la reelección, convenció a una parte de la opinión pública de que tal cosa era demostrable y sumó su voz a la de otros populistas desbocados y a la del propio presidente derrotado: hoy el 70% de quienes en 2020 votaron por Trump siguen creyendo que Joe Biden es un presidente ilegítimo.

A la convivencia o connivencia con Vox debe renunciar el PP. Mientras no haga tal cosa transitará por la frustración de no poder ahormar una mayoría heterogénea, pero útil y suficiente para gobernar. Sin dar ese paso, sus arremetidas contra la amnistía, sus acusaciones de traición a quienes la han negociado y sus invocaciones a la unidad sonarán irremediablemente como un discurso contaminado por el léxico de Vox, y el debate acerca de la legalidad, la legitimidad y otros requisitos para gobernar recordará demasiado las soflamas herederas de la peor tradición populista. Sin dar este paso es difícil que pueda dar el PP el salto necesario al pensamiento complejo y dejarse de esquematismos y razonamientos simples para una situación de una complejidad extrema no solo en Catalunya, donde seguramente son tantos los que disienten de la amnistía como los que prefieren esa pirueta a la entrada de Vox en el Gobierno.

No es la primera vez que en una democracia una coalición de partidos impide al ganador de las elecciones hacerse con el Ejecutivo. Pasará dentro de poco en Polonia y no parece que se vayan a hundir las columnas del templo. Pasa hoy en España con esa constelación arcoíris de vida presumiblemente difícil, pero que se atiene a todos los requisitos de una democracia parlamentaria; que ha osado adentrarse en el saneamiento de la atmósfera política catalana porque no había otra forma de cuadrar los números. ¿Y las contradicciones? Recuérdese: son el motor de la historia.