¿Cómo te afectan las manifestaciones ultras?
Esos gritos en Ferraz no eran solo eslóganes, sino una forma de pensamiento. Y si bien puedes parar la violencia en las calles con antidisturbios, no paras la ideología. Esa sigue al día siguiente. Y al otro.
Ana Bernal-Triviño
Profesora de la UOC y periodista.
“España cristiana y no musulmana”, “¡con los moros no tenéis cojones!”, “la Constitución destruye la nación”, “puto rojo el que no bote”, “Arriba España”, “Viva Franco”, “maricón”, “puta roja, friega los platos”, "España, dictadura“, “Que te vote Txapote”, “Felipe, masón, defiende a tu nación”, el Cara al Sol, saludos nazis…
Es evidente que las manifestaciones violentas de esta semana no iban solo sobre la amnistía. Encontraban su raíz en años de golpes patriotas en el pecho y pulserita de España, con declaraciones de gobierno ilegítimo, y arengas para que los funcionarios no cumplan normas. El fin era tomar la sede del PSOE o incluso el Congreso. Recrear la toma del Capitolio, pero con casco de los Tercios y marca España.
El pensamiento fascista y nazi, organizado en grupos ultras, ha crecido. Y no por casualidad, sino con la intencionalidad de que aquí no gobierne nadie más que los míos. Declaraciones de ilegitimidad o dictadura no condenadas con solvencia ni por otros políticos ni en varias tertulias, sabiendo que eran una línea roja para la institucionalidad y la democracia.
El tema es más grave porque esos gritos en Ferraz no eran solo eslóganes. Son una forma de pensamiento. Y si bien puedes parar la violencia en las calles con antidisturbios, no paras la ideología. Esa sigue al día siguiente. Y al otro. Y al otro. La violencia simbólica de las palabras traspasa el marco verbal personal al social. Y ahí está en peligro todo el mundo.
La amplia mayoría de quienes estaban en esa calle, y no hablo solo de los violentos, trabajan. Y están en la judicatura, en las escuelas y universidades, en los centros médicos o psicológicos, en Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en administraciones, en empresas…
Y en sus trabajos no dejarán su pensamiento al lado, porque forma parte de su identidad. Entonces, me pregunto qué clases pueden dar en una facultad de Derecho si están en contra de la propia Constitución, cómo fomentarán la convivencia entre alumnado de diferentes países o religiones en una escuela, cómo atenderán en un centro médico a un inmigrante al que considera un invasor, cómo juzgarán la denuncia de una maltratada si piensan que es una feminazi, cómo tratarán a un homosexual mientras la noche anterior insultaban a otro al grito de “maricón”...
Y así, en decenas de situaciones cotidianas donde, en lugar de respeto a las leyes y al marco de convivencia, solo hay un discurso de odio y violencia. Ya no se callan porque tienen sus referentes en redes y en el Congreso. Y si esto prospera está el peligro de que una población que desconoce su historia y su memoria como país caiga en una espiral de provocación y violencia.
Esto no son solo una, dos o tres manifestaciones. Es el fascismo. Un pensamiento que no se queda en una teoría, sino en la práctica de relacionarse con toda una sociedad. Y ahí está el riesgo y la responsabilidad de quienes están al frente de las instituciones con declaraciones incendiarias e irresponsables porque creen que nunca les tocará. Sin pensar que quizás el monstruo que han creado les acabe devorando a ellos mismos.
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