Ucrania ante un panorama grisaceo
Sigue estando muy presente la idea de que la prolongación del conflicto da ventajas a Rusia, tanto por su superioridad demográfica e industrial como por su menor dependencia de suministradores extranjeros para sostener el esfuerzo bélico

Imagen de archivo de una infraestructura destruida en Jarkóv por un bombardeo ruso en el noreste de Ucrania. / Europa Press/Contacto/Ukraine Presidency/Ukrainian


Jesús A. Núñez Villaverde
Jesús A. Núñez VillaverdeCodirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Cuando el invierno ya está a las puertas, dificultando el desarrollo de las operaciones militares a gran escala, es momento para valorar en qué punto se encuentra la guerra en Ucrania. Si se atiende a los mensajes que emiten las cancillerías occidentales parecería que se ha llegado a una paralización general en todo el frente de batalla, sin opción de victoria para ninguno de los dos bandos. En consecuencia, lo único que quedaría es encontrar el camino para convencer a Zelenski (dando pasmosamente por hecho que Putin lo está deseando) de que debe sentarse a negociar un acuerdo que, en esencia, implique la cesión de algunas partes del territorio ucraniano a Moscú.
El caso es que en sus declaraciones a 'The Economist' el propio jefe del Estado Mayor ucraniano, Valerii Zaluzhnyi, parece confirmar dicho estancamiento, por más que diariamente haya choques violentos en algunos puntos, con mínimos avances y retrocesos que en nada modifican la imagen global. Como contrapunto, Zelenski insiste machaconamente en que la victoria es posible y que depende en gran medida del apoyo que reciba de unos aliados que confía en no perder como resultado del cansancio de una guerra que se acerca ya a los dos años y de lo que ocurra en Palestina.
Sobre el terreno lo previsible es que el nivel de los combates remita no solo por cuestiones meteorológicas, hasta la próxima primavera, sino por la necesidad de esperar tanto a la recepción del material ya prometido -aviones F-16 incluidos- como a que los planes de instrucción apoyados desde la Unión Europea den sus frutos. En todo caso, sigue estando muy presente la idea de que la prolongación del conflicto da ventajas a Rusia, tanto por su superioridad demográfica e industrial como por su menor dependencia de suministradores extranjeros para sostener el esfuerzo bélico.
Si la expulsión total de las tropas invasoras de su territorio no es un objetivo que parezca de momento al alcance de Kiev, tampoco corren mejores tiempos para cumplir con su segundo objetivo estratégico, la entrada en la OTAN. Es obvio que, más allá de las buenas palabras, la Alianza Atlántica no va a admitir en su seno a un país que tiene en torno al 20% de su territorio en manos de una potencia como Rusia. El proceso de acercamiento, con la creación el pasado mes de julio del Consejo OTAN-Ucrania, ha llegado a su punto culminante y es irreal pensar que a corto plazo Kiev vaya a contar con las garantías que ofrece el artículo V del Tratado.
Es en el último de los tres objetivos estratégicos ucranianos dónde se detecta un mayor avance: la entrada en la Unión Europea. La Comisión Europea ha decidido recomendar el inicio de las negociaciones de adhesión en 2024. Pero tras ese esperanzador anuncio se abre un proceso que cabe aventurar largo y salpicado de obstáculos. Por el lado de Bruselas aún queda por definir las líneas básicas de una ampliación que se vislumbra ambiciosa (implicando hasta a nueve países), lo que implica reformas sustanciales de la propia Unión, sin que de momento los Veintisiete parezcan de acuerdo en cómo llevarla a cabo. Por lo que respecta a Ucrania, sería hasta irresponsable que los actuales gobernantes pretendan ilusionar a su población con la idea de que en apenas dos años ya formarán parte de la familia comunitaria. Quedan muchas asignaturas pendientes por superar, muchos años de adaptación al acervo comunitario, de lucha contra la corrupción interna y mucho esfuerzo para convencer a los Orbán de turno de que no veten ese sueño.
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