Conflicto en Oriente Próximo

Israel contra la ONU

Tel Aviv cuenta con el respaldo de Washington, dispuesto a seguir dándole la cobertura que necesite ante cualquier intento de hacerle pagar un precio por su comportamiento durante las últimas décadas

Joe Biden y Benjamín Netanyahu

Joe Biden y Benjamín Netanyahu / EVELYN HOCKSTEIN / REUTERS

Jesús A. Núñez Villaverde

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¿Es la ONU también antisemita y colaboradora de Hamás? Así parece entenderlo el gobierno israelí a tenor de la reacción que ha tenido tras las declaraciones de António Guterres, recordando algo tan básico como que la violencia desatada el pasado 7 de octubre contra Israel no nace de la nada sino de un contexto de ocupación israelí que incluye innumerables violaciones del derecho internacional. Como respuesta Tel Aviv ha decretado que la ONU es una organización 'non grata', ha negado el visado a su principal responsable humanitario y ha amenazado con dar una lección al legítimo representante de la comunidad internacional.

Un atrevimiento de esa dimensión se explica, en primer lugar, por el convencimiento íntimo del trío supremacista Netanyahu-Ben Gvir-Smotrich de que nadie puede detener a Israel en la defensa de sus intereses. A eso se suma la convicción de que cuenta con el respaldo de Washington, dispuesto a seguir dándole la cobertura que necesite ante cualquier intento de hacerle pagar un precio por su comportamiento durante las últimas décadas. Una cobertura que le lleva a despreciar cualquier crítica y que le ha permitido evitar sanciones emanadas de alguna resolución del Consejo de Seguridad, en claro contraste con lo ocurrido en el caso de Rusia.

Es cierto que la ONU está maniatada por unas reglas de juego que limitan extraordinariamente el margen de maniobra de su secretario general y por un proceso de toma de decisiones en el Consejo de Seguridad del que constantemente abusan los cinco “grandes”. Pero dentro de ese estrecho margen, no cabe olvidar que Israel es precisamente una criatura que debe su existencia a una decisión 'onusiana' de 1947 y que, en claro contraste con el reiterado incumplimiento de las obligaciones que Israel tiene como potencia ocupante, desde 1967, se lleva encargando de paliar la penosa situación de la población palestina a través de distintas agencias humanitarias, entre las que destaca sobremanera la UNRWA. Unas agencias cuyas instalaciones y personal tampoco respeta Tel Aviv, sin que le sirva de excusa recurrir a los eufemísticamente inaceptables “daños colaterales” para tratar de justificar la muerte de decenas de sus trabajadores en estas últimas dos semanas y la destrucción (obviamente deliberada) de sus infraestructuras.

Lo alarmante en el plano diplomático es que, llegados a este punto, Washington no se sienta obligado a reconvenir públicamente a su principal aliado en Oriente Medio y que tampoco haga un gesto nítido de apoyo a Guterres. Una alarma que se extiende a tantos otros gobiernos occidentales, empeñados ahora en jugar a la baja con las palabras para hacer pasar sus peticiones de una pausa humanitaria y el establecimiento de algún corredor humanitario como un ejemplo de valentía política frente a Israel. Conviene ser claros en este punto. Una pausa y un corredor humanitarios implican, por definición, que en el hipotético caso de que Tel Aviv lo aceptara, se produciría una detención momentánea de la campaña militar de castigo contra Gaza para permitir el paso momentáneo de algunos camiones, sobreentendiendo que a continuación se reanudarían los bombardeos hasta dónde Israel lo considere necesario. En otras palabras, una medida de ese tipo sería una farsa inaceptable que se trataría de “vender” como una muestra de que hay voluntad política para evitar la muerte por hambre de la población allí encerrada, cuando en realidad apenas escondería la aceptación de los términos que Tel Aviv decida en su caso.