Datos de criminalidad

Atascados en la inseguridad y los viejos vicios

El hecho de que no haya unas elecciones municipales en el horizonte debería ayudar a que los responsables de seguridad presentaran sus propuestas para salir de este punto muerto con el mayor de los sosiegos

Operativo de Mossos contra la delincuencia habitual en Barcelona.

Operativo de Mossos contra la delincuencia habitual en Barcelona. / MOSSOS D'ESQUADRA

Jordi Mercader

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El dictamen de los datos de criminalidad y el estudio de la percepción de inseguridad recién conocidos nos dice que seguimos estando mejor de lo que estábamos hace unos años, sin conseguir rebajar de forma ostensible la inseguridad acreditada y la percepción ciudadana de la misma. Estamos estancados en unas ratios que para algunos serán insufribles y para otros explicables para una aglomeración humana como la metropolitana. El hecho de que no haya unas elecciones municipales en el horizonte debería ayudar a que los responsables de seguridad presentaran sus propuestas para salir de este punto muerto con el mayor de los sosiegos. Aunque no empeoremos, este atasco no puede ser motivo de satisfacción. 

Los porcentajes de criminalidad son cifras y ahí están. Siempre deberían parecer mejorables a las autoridades, especialmente a las de Barcelona y L’Hospitalet. Otra cosa es la percepción del estado general de seguridad. Esta es una aprehensión que depende de la suma de diversos factores. En primer lugar, del hecho de que los sondeados o sus allegados hayan sido víctimas o no de algún delito; después hay que sumarle la facilidad con que se transfiere socialmente una experiencia traumática de conocidos y vecinos. La credibilidad de esta cadena de transmisión es muy difícil de contrarrestar por los mensajes oficiales de que todo va bien. Y, finalmente, en la creación de un determinado estado de ánimo global entra en juego la espectacularidad concedida por algunos medios de comunicación a los hechos criminales más singulares y escabrosos, fieles a los viejos vicios.

Estos factores no crean inseguridad objetiva y no tienen, naturalmente, ninguna responsabilidad sobre la evolución de la delincuencia estadística, sin embargo, alimentan al peor enemigo de la gestión política: las sensaciones colectivas. Luego los agitadores de buena voluntad o los instigadores de intereses partidistas hacen el resto. Porque ¿a quién no le han robado un reloj de 250.000 euros en Barcelona? 

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