Aznar y el ¡basta ya!
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
Cuando habla el expresidente José María Aznar, a la unidad de España le pasa aquello de "cuerpo a tierra que vienen los nuestros". Las dudas sobre la constitucionalidad de una hipotética amnistía son razonables. Como también si, en caso de poderse realizar, podría justificarse a cambio de una investidura y no de un pacto político que comprometa también la conducta futura de los beneficiados. Pero, para defender estos postulados, no hace falta recurrir al grito de la sociedad vasca contra ETA: ¡Basta ya! que empezaron diciendo las víctimas y acabaron clamando incluso las organizaciones pacifistas de matriz abertzale.
Aznar tiene una particular visión de la historia, no solo de la inmediata. Bajo su mandato, los historiadores, pocos, que sostienen que el golpe de Estado no fue el de julio del 1936 sino el del gobierno del frente popular en enero de ese mismo año, tuvieron un amplio eco en las instituciones. El expresidente recurre sistemáticamente a la defensa de la unidad de España en base a denunciar la violencia de quienes pretenden romperla. Eso era exactamente así en el caso de ETA o de Terra Lliure. Pero parece de sentido común exigir que los defensores de esa unidad de España basada en la uniformidad deberían ser capaces de sostener la validez de sus argumentos cuando enfrente no tienen a un movimiento violento. Los que podría ser amnistiados, de acuerdo con la sentencia del Tribunal Supremo, no lo serían de un delito de rebelión, que implica el uso de la violencia, sino de desórdenes públicos agravados. Una idea de España que no se siente capaz de defenderse políticamente y que recurre sistemáticamente a los tribunales para acusar de violentos a quienes no la comparten, es más débil que una idea de España sostenida en base a argumentos que se puedan debatir y/o consensuar. La presunta fortaleza y contundencia de Aznar no es más que una máscara para esconder esa debilidad.
Puestos a cuestionar la ilegitimidad de las contraprestaciones de una investidura cabría recordarle a Aznar sus sesiones de catalán en la intimidad o el buen fardo de traspasos que hizo a la Generalitat de Pujol y que aún son exhibidos por el partido de Puigdemont como el mayor logro de la historia reciente, aunque solo lo hagan por fastidiar a Esquerra. Por no hablar de aquel día que soltó lo del "movimiento vasco de liberación nacional" o envió a tres miembros de su Gobierno a negociar con los prófugos de ETA y no solo a hacerse una foto oportunista. Quienes piensan que hizo bien haciendo lo que hizo no pueden menos que ahora reprocharle este innecesario "¡Basta ya!
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