En los próximos 45 años

La búsqueda de la inmortalidad

Artículo opinion vejez

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Salvador Macip

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Uno de los debates que han puesto sobre la mesa los adelantos científicos de las últimas décadas es la posibilidad de modificar el ser humano para hacerlo “mejor”, con los problemas que tiene acotar qué quiere decir realmente esta palabra. La consecuencia extrema de esta búsqueda de la perfección podría ser que se creara una especie nueva, diferente al Homo sapiens que conocemos ahora. Estos individuos, la existencia de los cuales es, de momento, solo teórica, los denominamos posthumanos y solo podemos especular sobre cómo serían.

Una de las características que buscarían estos posthumanos sería, con toda probabilidad, la de tener una longevidad sustancialmente superior a la actual. Nuestra esperanza de vida ya es, de hecho, uno de los factores que más ha cambiado últimamente. Prácticamente estable a lo largo de toda la historia de la humanidad alrededor de unos 30 años, a partir de principios del siglo XX empieza una curva ascendente que nos ha llevado a una media superior a los 70 (con un rango que va de los 52 del Chad a los 85 de Hong Kong), y que todavía no se ha parado.

El progreso más importante se consiguió gracias a los antibióticos, las vacunas y una mejora general de la higiene, que redujo espectacularmente la mortalidad por infecciones (sobre todo la infantil, que hacía bajar mucho la media). Incluso cuando estos adelantos ya estaban al alcance de la mayoría, a partir de la segunda mitad del siglo XX, la longevidad ha seguido aumentando gracias, entre otras cosas, a un incremento del nivel socioeconómico y a una reducción en la mortalidad de enfermedades importantes, como las cardiovasculares o el cáncer. Pero estos efectos tienen un límite. ¿Hasta cuándo durará la tendencia al alza? ¿Podremos continuar aumentando los años que vivimos de manera indefinida o, al menos, hasta lograr cifras que ahora parecen de ciencia ficción? ¿Podrían los posthumanos llegar a ser inmortales?

La lucha contra el envejecimiento es tan antigua como la humanidad misma, pero no ha sido hasta cambiar de milenio que frenar el paso del tiempo se ha convertido en una posibilidad real. Entender buena parte de los mecanismos biológicos que determinan la degradación que sufre el cuerpo con la edad nos ha traido la capacidad de modificarlos. O cuando menos, de intentarlo. Hemos conseguido, por decirlo de alguna manera, una posible receta para la inmortalidad. Convertirla en realidad es la parte más difícil.

En el laboratorio, podemos alargar la vida a mamíferos aproximadamente un 30% usando varias técnicas. Si alguna se pudiera trasladar a los humanos, podría querer decir lograr una longevidad mediana que se acercaría a los 100 años. Más que alargar la vida porque sí, estas intervenciones se suelen centrar en reducir el desgaste del envejecimiento, cosa que implica mejorar también la calidad de vida.

Así pues, la ciencia está cocinando intervenciones que podrían hacer que los 70 fueran los nuevos 50, si no encontramos la forma de superar los obstáculos que todavía bloquean la aplicación clínica de todos estos adelantos. Uno de los retos entonces seria evitar que las “píldoras de la eterna juventud” acabaran siendo accesibles solo para los ricos (individuos o países) si queremos evitar que aumenten todavía más las diferencias sociales en el planeta.

El siglo XXI ya es el de la vejez. Las áreas más desarrolladas del planeta están experimentando un cambio demográfico lento pero irreversible. En Europa, los nacimientos van de baja y la muerte se atrasa, lo cual nos hace globalmente más viejos. Si continúan a este ritmo, los países desarrollados se pueden acabar convirtiendo en grandes geriátricos antes del cambio de siglo. Si, además, añadimos la posibilidad de usar los recursos científicos para vencer (o cuando menos, controlar) el envejecimiento, las sociedades del siglo XXII pueden ser mucho diferente a las actuales. ¿Estamos preparados por un mundo en el cual llegar a centenario sea la norma? Y, a la inversa: ¿está preparado este mundo para resistir una especie que rehúsa morir?

Quizás la inmortalidad es un objetivo inabarcable para los humanos, pero los fármacos antienvejecimiento no están muy lejos de convertirse en realidad y, a lo largo de las próximas décadas, es muy posible que hagan cambiar las reglas del juego. Es difícil predecir donde está el límite de nuestra longevidad, pero una cosa está clara: todavía no hemos tocado techo.