Opinión |
El trasluz
Juan José Millás
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Con la música a otra parte

Mi amigo no buscaba la infelicidad por capricho, sino porque quería ser poeta maldito, proyecto inviable desde el bienestar

Sala de velatorio en el tanatorio de l'Hospitalet-Ronda

Sala de velatorio en el tanatorio de l'Hospitalet-Ronda / Áltima

Tengo un amigo que odia a sus padres, fallecidos ambos (el padre hace solo unos días), porque no le dejaron ser infeliz. Y no es que buscara la infelicidad por capricho, sino porque quería ser poeta maldito, proyecto –añade él– inviable desde el bienestar. Sus padres, pues, cortaron de raíz sus ambiciones líricas. De niño lo colmaron de cuidados. De adolescente, lo proveyeron de psicólogos que lo ayudaran a atravesar esa difícil etapa de la vida. De joven, le pagaron los mejores colegios y luego la mejor universidad para que saliera a la realidad con una formación superior a la media y consiguiera un buen trabajo. Más tarde, le compraron un piso para que comenzara su vida adulta sin hipotecas de ninguna clase.

–Con unos padres así –se me quejaba amargamente en el tanatorio, con el cuerpo de su progenitor aún caliente a la vista de todos– no puedes ser infeliz sin sentirte culpable.

–Claro –dije envidiándole para mis adentros.

–A mí –continuó él–, me habría gustado ser un poco alcohólico o un poco drogadicto, no sé, incluso un poco suicida, como cualquier poeta que se precie. Pero la sola idea de hacerlos desgraciados a ellos, después de todos los esfuerzos que habían puesto en mi educación, me llenaba de remordimientos.

–Ya –dije, pues no me parecía el momento adecuado para discutir.

–Tampoco podía mostrarme infortunado porque eso los habría hecho infelices a ellos.

–Bueno –me atreví a sugerir–, tal vez podrías haber sido un poeta maldito clandestino y firmar con pseudónimo.

Mi amigo dudó. Luego dijo:

–¿Y por qué tenía que ocultar yo mi vocación?

–Lo acabas de decir: para que ellos no fueran desgraciados.

Permanecimos en silencio unos minutos. Luego, por pura maldad, le sugerí que, puesto que ser feliz le había hecho tan infeliz, y ahora que sus padres habían fallecido, quizá podía retomar su vocación de poeta maldito sin hacer daño a nadie.

–¿A nadie? –respondió–. ¿Y mi mujer, y mis hijos, que me han proporcionado una vida repleta de satisfacciones?

Total, que le di un abrazo y me fui con la música a otra parte.

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