Los últimos ‘playboys’
La figura del ‘latin lover’ de playa feneció devorada por el empoderamiento femenino, el fin de lo políticamente incorrecto, Tinder, Instagram y la evocación de un clásico de nuestros veranos de la era dorada del turismo español

19/07/2010. MARBELLA. CUADERNO DEL VERANO. Fiesta del champán en Marbella. FOTO: NACHO PARA / Nacho Para
Durante la segunda mitad de la década de 1980, se propagó entre los aprendices de ‘playboy’ de un conocido destino de costa la leyenda no confirmada de una portada de ‘Interviú’ de los fragores de la Transición. La fábula recogía la historia de tres tipos, hoy septuagenarios (alguno fallecido), protagonistas de un supuesto reportaje sobre las hazañas de cama que les procuraban —en aquellos veranos de ‘peepermint’ y Licor 43— una diplomatura en ‘caradurismo’ y la sobreabundancia de curiosidad por la testosterona ibérica idealizada entre la muchachada femenina del centro y el norte de Europa: las «extranjeras», oh, ah, las extranjeras, palabra construida en la mixtificación del misterio, femenino plural que la España pacata del amanecer turístico consideraba a partes iguales objeto de deseo y arpías del Hades.
Quienes aseguraban recordar la portada como años después juraron haber presenciado lo de Ricky Martin y la mermelada, perseveraban en afirmar que la publicación narraba las epopeyas sexuales de los tres personajes bajo el supuesto título de «Los superfolladores». ‘Interviú’ iba al grano. Corto y al pie. Podrían haber titulado por el más prosaico —aunque menos efectivo— «Europa se rinde ante el lomo ibérico», pero la cultura ‘woke’ todavía no había puesto el candado a encabezados que soliviantaran a los ofendidos, en realidad muy pocos mientras duró lo políticamente incorrecto, cuando aún España se refocilaba en los cuatro segundos de una teta de Sabrina —qué importante lo de Eva Amaral en 2023— y Cicciolina ‘jugaba’ con osos de peluche ante un público familiar en salas de fiestas donde la noche anterior había cantado Betty Missiego.
Había quien acodaba la existencia del ejemplar de ‘Interviú’ —tan proclive la lengua española a gambetear con la sintaxis— con el poco elaborado «si eso, ya te lo traigo». Jamás la revista cayó en estas manos. No existía internet, pero aquel ‘clickbait’ en cuché parecía imbatible como para no agotarse en quioscos de playa y acabar dizque manoseado cual moneda de cinco duros. Tampoco he logrado confirmarlo en la hemeroteca, que he repasado en diagonal entre periodismo de altura y portadas de Nadiuska. Fuera realidad o fabulación, si el reportaje no se escribió nunca, debió haberse hecho, porque lo que se aseguraba que se decía que se contaba que se escribía era purita verdad, la ejemplificación, en boca de tres caraduras de la noche, de una divisa principal del turismo patrio de discoteca y loción Floïd, crápulas del Mediterráneo cañí, arquetipos del ‘latin lover’, apólogos del ’playboy’ universal, herederos del Don Juan de Zorrilla y versión lubricada de aquel Rodolfo Valentino de Castellaneta. Lejos de la parodia con que les retrató el ozorismo, aquellos ejemplares de macho y machismo ibérico por encima de lo aceptable triunfaron en lo suyo, que no era otra cosa que recogerse con la aurora y follar a raudales.
A estas alturas, los sociólogos ya habrán resuelto por qué tipos de pantalón acampanado, de estatura más corta que alta, camisa abierta, monte bajo y matorral y peinados que amenazaban la reserva nacional de laca, despertaron la curiosidad de las europeas frente a compatriotas suyos de ojos azules, 1,90 y sonrisa Colgate. No hablamos de los ‘playboys’ sacralizados por ‘¡Hola!’ y la 'jet set' marbellí, propensa a ligones con fondo de chequera modelo Luis Ortiz, cónyuge de Gunilla; Philippe Junot, primer marido de la mayor de los Grimaldi; aquel ilustrado José Luis de Vilallonga, marqués de Castellbell, que hablaba de tú a Audrey Hepburn; profesionales del tocomocho como Espartaco Santoni; o aristócratas de bigote ‘handlebar’ como Jaime de Mora y Aragón. Aquellos ‘playboys’ de Sitges, Benidorm, Mallorca o Playa del Inglés eran tipos normales, de clase media, canallas simpáticos hijos de aluvión, noctívagos que te aseguraban la entrada en la discoteca y la abandonaban bien acompañados en un Mehari sin capota o al volante de un Tiburón.
Su mito menguó con el siglo, devorado por el empoderamiento femenino y la eclosión del ‘#MeToo’, el fin de la incorrección, la coyunda exprés de Tinder e Instagram y la versión actualizada de unos nietos y nietas para quienes las relaciones sexuales se aseguran en lo que se tarda en pedir un Aperol Spritz en un atardecer de ‘chill out’. Los hijos devorando a Saturno. Pero quién se acordará de los hijos; qué leyenda alimentarán frente a aquellos espadachines de chiringuito y adonis de reservado que reinaron en la noche de los tiempos.
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