Escritor.
Juan Tallón
Escritor.
Ceniza en los ojos
Dos personas que no se conocían de nada descubrieron por un casual que se habían cruzado aquel día tristísimo, con final surrealista, casi alegre
Dos personas que van por caminos completamente distintos no tienen a veces más remedio que cruzarse. Es el extraño, azaroso resultado de no buscarse. Cuando al fin coinciden pueden pasar muchísimas cosas. Una, más rara que el propio encuentro, es descubrir que en realidad ya se conocían, pero sin haber reparado nunca la una en la otra. Me pasó el domingo, durante una comida en Baños de Molgas, entre desconocidos. Había carpinteros, libreros, abogados, escultores, informáticos... Llegué casi el último, y me fueron presentando a los invitados hasta llegar a un profesor de ochenta y ocho años, autor de un célebre diccionario de gallego. Nos preguntamos de dónde éramos, y cuando yo comenté que de Vilardevós, asintió y dijo «Claro, conozco ese lugar. Fui a un funeral hace veinte años».
Me interesó el tema y tiré del hilo. Me contó que recordaba que después del funeral subieron a una sierra, donde alguien tomó la palabra, y a continuación abrió la urna con las cenizas, y las esparció. «En ese preciso instante, se levantó una ventolera y las trajo de regreso. Me entraron en los ojos», dijo. «¡Recuerdo perfectamente esa racha de viento!», salté, sin acabar de creer lo que estaba oyendo. «Yo también estuve en ese funeral», añadí conmocionado.
De golpe, como si todo hubiese sucedido el día anterior, me vinieron a la cabeza las imágenes de los amigos acompañando aquella tarde al difunto, Julio García Santiago. Nos vi a todos subiendo a los coches y conduciendo hasta la sierra de Penas Libres, adentrándonos a pie en el monte, hasta alcanzar el desfiladero, donde alguien pronunció unas últimas palabras, y al acabar tomó la urna, le retiró la tapa y la vació, con Vilardevós al fondo de las laderas, como espejismo. Fue emocionante y dramático el viaje de las cenizas, que dibujaron el vuelo rítmico y alocado de una banda de estorninos, y, girando de repente, llenaron también mis ojos. Todos nos llevamos las manos a la cara a la vez. Y cuando pasaron veinte años, dos personas que no se conocían de nada, descubrieron por un casual que se habían cruzado aquel día tristísimo, con final surrealista, casi alegre.
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