La espiral de la libreta

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Una libreta amarilla, una tarde de teatro y Kenzaburo Oé

Kenzaburo Oe

Kenzaburo Oe / RICARD CUGAT

Olga Merino

Olga Merino

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Despertar primaveral, disperso, sin mecha para escribir. Copiaría letra por letra el texto que usan los maquetadores como plantilla para probar tipografías y diseños de página, un texto falso que parece un remedo de latín -«Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit. Fusce at rutrum lorem, ut mattis tellus»- y proviene de un tratado de Cicerón donde habla del dolor y de lo humano. Todavía es temprano. Salgo a unos recados apresurada, ‘lorem ipsum’, y junto a los contenedores de la esquina aparecen los restos de una vivienda desventrada: un abrigo deslucido, un zapato sin pareja, tarros de cristal de esos que se almacenan en la cocina para conservar porciones de la nada. A veces, cuando sobreviene una muerte, los vaciadores de pisos se aplican a destajo en el empeño. Entre los trastos, se distingue una libreta de color amarillo pajizo. La tentación irresistible de hojearla.

La caligrafía es claramente femenina por las volutas corintias de las mayúsculas. En realidad, se trata de una agenda de teléfonos destinada exclusivamente a las tiendas y puestos de mercado donde la señora adquiría los alimentos, el pescado, las frutas y verduras, los dulces. Le encantaba el pollo, como a Napoleón. La imagino delgada y resolutiva, tal vez profesora jubilada. Suscita ternura su meticulosidad perdida. Una vida simplificada en el estómago. La soledad. Dejo la libreta donde estaba, y sigo a mis líos.

En el teatro

Seis y media de la tarde. Llego por los pelos al Teatre Nacional de Catalunya, a punto de que comience la pieza teatral ‘La veu de la vergonya’, dirigida por Pere Borrell e interpretada por alumnos del instituto escuela Rec Comtal, de la Trinitat Vella, y miembros de la fundación Aspace, dedicada a la atención de personas con parálisis cerebral. Un montaje difícil. No quiero imaginar la de horas que han debido de ensayar para lograr la interconexión de ambos mundos, el de un puñado de adolescentes llenos de dudas, desorientados, y la vulnerabilidad de unos seres atados a una silla de ruedas, con dificultades cognitivas, motrices y del habla, con tremendas ganas de vivir. Juntos en un proceso de creación artística. Bravo. 

Por la noche

Regreso a casa como un calcetín. El escritor Rafael Maldonado me regala una frase de Kenzaburo Oé, fallecido en Tokio el pasado 3 de marzo: «Me hice escritor para reflejar el dolor de un pez. Y hoy me siento, sobre todo, un profesional de la expresión del dolor humano, al que persigo mostrar con la mayor precisión posible». Y, de repente, el día entero cobra sentido. El pez que se agitaba clavado en el anzuelo, el pez que pescó siendo niño y que le hizo pensar en tanto dolor inexpresado. ‘Lorem ipsum’. 

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