GOLPE FRANCO

El caso Negreira: naturaleza de la pesadilla

Enríquez Negreira

Enríquez Negreira

Juan Cruz

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Aparte de algunos sustos que nos llenaron de oprobio y de vergüenza, en los últimos meses el equipo representativo (así llamaban en Tenerife al equipo local; el representativo al que me refiero aquí es el Barça) no nos ha dado tantos disgustos. Y resulta que el mayor de todos de esos disgustos, que es como una serpiente venenosa, está todos los días en los medios con la misma lentitud implacable con la que se conduce la maldad. O la enfermedad, pues este aluvión que se enuncia es una enfermedad. La enfermedad de la vergüenza.

Durante semanas y semanas la posibilidad de que los presidentes sucesivos del equipo de nuestras vidas jugaran con el dinero del club para merendar con un árbitro corrupto al que ellos, además, corrompían, parecía una de esas pesadillas que nos asaltan de vez en cuando a los aficionados azulgranas que, al no tener línea directa sino con el corazón culé, nos hemos desayunado, o hemos cenado, con insinuaciones que tuvieron en el Bernabéu, el día del 0-1 en la ida de la semifinal copera, la más grosera explicación del respetable: la voladura de billetes de banco (falsos) enunciando la naturaleza y la raíz de la citada pesadilla.

El caso Negreira es una serpiente venenosa, está todos los días en los medios y va con la misma lentitud implacable que conduce a la maldad

Las pesadillas tenían que ver en otros tiempos con las altas y las bajas de jugadores importantes para el club, desde Evaristo Macedo a Lionel Messi. Este último padeció la vergüenza azulgrana en varios sentidos. Por un lado, el club (y el presidente Bartomeu fue un campeón negativo al respecto) no supo respetarlo, lo puso al borde de un ataque de nervios y finalmente lo situó en el camino de salida del equipo en el que se había hecho.

El gol de Evaristo

No supo ni conectar con su abogado defensor, para orquestar un modo de resarcirlo de las acusaciones de Hacienda. Y luego ni aquella directiva ni la actual, la de Joan Laporta, supieron manejar las clavijas emocionales de los últimos episodios previos a su marcha. Lo de Evaristo Macedo me ha venido a la memoria porque estos días, en Carrusel Deportivo de la Cadena SER, se pusieron a hablar del inmenso gol que, en la temporada 1960-61, le marcó aquel brasileño finísimo al portero del Madrid (Domínguez) en el Camp Nou.

Fue tan perfecto el gol, de cabeza, lanzándose en plongeon (así se decía en la radio de entonces) ante la estirada de un guardameta que luego sería parte de un anuncia (con Evaristo) de un reloj famoso en la época. Yo ví ese gol, que hubiera sido aun más perfecto si no solo hubiera servido para eliminar al Madrid sino también para ganar la final de la Copa de Europa. 

Pues, siendo finalista ya el equipo de Ramallets y de Luis Suárez (que recordaba ese gol en la charla de Carrusel), perdimos ante el Benfica en un partido desgraciado que se celebró en Berna y cuyo resultado me tuvo llorando tres días con sus noches. No lloré tanto cuando, en la temporada siguiente, don Evaristo se fue… al Madrid. Esos disgustos están en la historia como pesadillas de las que nos levantaron, por ejemplo, las Ligas que ganaron en su día Pep Guardiola o luego Tito Vilanova. 

Bandadas de pájaros oscuros

La pesadilla actual es deletérea, no se trata de goles o derrotas, se trata de unas directivas que al parecer se dejaron embaucar por ilusionistas, siendo ellos mismos, los directivos, pobres ilusionistas que ahora pasean su rostro impávido ante las sucesivas bandadas de pájaros oscuros que se ciernen sobre la historia azulgrana.

Lo único que hasta ahora me había aliviado de toda esta pesadilla es lo que dijo hace días el caballero Vicente del Bosque. Según él, nada de lo que ha ganado el Barça en este tiempo está mal ganado. Ayer, cuando leí que Florentino Pérez, el presidente del Real Madrid, estudia añadirse a la querella fiscal en curso tras la investigación realizada en los últimos meses de la Fiscalía de Barcelona sentí que la naturaleza de la pesadilla cobra otro cariz que, seguramente, veremos explicar, de alguna manera, en los próximos encuentros de unos o de otros.

Que el dios del fútbol nos coja confesados. Literalmente.

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