Un sofá en el césped
La "firmeza vigorosa" de Araujo
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Santa Eulalia fue una especie de precursora de Greta Thunberg. Con 13 años se escapó de casa (en Sarrià, dicen las crónicas, pero, claro, entonces, en el siglo III dC, Sarrià no existía, ni tampoco las Tres Torres, e incluso Sant Gervasi estaba por urbanizar) y se plantó ante el prefecto romano de Barcino para recriminarle la terrible persecución de cristianos a los que se dedicaban con ahínco las huestes de Diocleciano, un emperador especialmente cruel con los discípulos de Cristo.
Eulalia no cedió y, como tenía 13 años, al prefecto no se le ocurrió nada mejor que machacarla con 13 torturas. Digo que se parece a Greta por su ímpetu y por su juventud y por su fijación con las verdades intocables, aunque la máxima tortura que se conoce de la Thunberg es la supuesta y tragicómica detención por la policía alemana en una mina de carbón. No voy a relatar el detalle de lo que sufrió Eulalia (entre otras lindezas: brasas ardiendo, huesos descoyuntados, un tonel lleno de clavos y cristales, con ella dentro, discurriendo por una calle cuesta abajo), pero a fe que se ganó a pulso el título de santa. Y va y al cabo de los siglos, le quitan el título de patrona en solitario en beneficio de la Mercè.
Esta domingo fue Santa Eulalia, esa chica que “enamoraba a los serafines”, tan dulce, la Laia gloriosa que “vela por los barceloneses” con “firmeza vigorosa”. En los “goigs” que exaltan su figura y su sufrimiento, se le pide que vigile por Barcelona y le evite “las rachas de mal viento”.
Hasta aquí la sección hagiográfica y el apunte de santoral.
El influjo de la santa
En la noche del día de santa Laia, en el estadio de la Cerámica que ahora luce amarillo hasta el tuétano, el Barça no llegó a experimentar la tortura de la patrona (no es cuestión de faltarle al respeto, la pobre), pero sí esa sensación tan extraña y tan habitual (excepto en casos contados) de haber hecho méritos suficientes para vivir de renda y tener que llegar al final contando los minutos que quedan, amurallándose en defensa, esa defensa que solo lleva encajados siete goles en toda la Liga.
Un uruguayo, sin aureola de santidad pero casi, salvó al Barça de la “iniquidad monstruosa” (sigo la canción de Laia), convirtiéndose no solo en bastión, sino en una reencarnación auténtica de Eulalia, dispuesta a disfrazarse de defensa central para velar, en este caso, por los barcelonistas. La verdad es que no habría sido necesario el concurso portentoso de Araujo, que emergía de la nada, que siempre estaba donde se le necesitaba, que gobernaba el área con distinción de mariscal, si se hubiera llegado a la portería de Reina con algo más de acierto, más allá de la jugada delicada que acaba con el gol de Pedri.
No fue una tortura, por supuesto, pero podría llegar a serlo el jueves que viene (en horario de la merienda) con un Manchester United que llega crecido y en la pomada del liderazgo de la Premier. Esperemos que el influjo de la santa (vía el celestial Araujo o a través de otros serafines azulgranas) tenga la octava reglamentaria.
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