Artículo de Carles Sans

Feliz campo de batalla

BARCELONA 2012/12/27 SOCIEDAD GENTE MAYOR EN EL SERVICIO DE URGENCIAS DEL HOSPITAL DE SANT PAU FOTOGRAFIA DE JOAN CORTADELLAS

BARCELONA 2012/12/27 SOCIEDAD GENTE MAYOR EN EL SERVICIO DE URGENCIAS DEL HOSPITAL DE SANT PAU FOTOGRAFIA DE JOAN CORTADELLAS / Joan Cortadellas

Carles Sans

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Cada 31 de enero nos deseamos buenos augurios y anhelamos esperanzados que a partir del día siguiente mejoraran el amor, la salud y el trabajo.

A medida que nuestra edad avanza evolucionan las prioridades en torno a los deseos para uno mismo y para los demás. Si bien cuando era (más) joven mis esperanzas de mejora iban en torno al trabajo y al amor, ahora la salud abarca la mayor parte de mis aspiraciones. Especialmente así pensamos los que padecemos de hipocondría. Dijo Woody Allen que la frase más bella del mundo no es “te quiero”, sino “es benigno.” Y esa filosofía resume en dos palabras el temor que siempre arrastramos los aprensivos.

La hipocondría es algo que aumenta con el paso de los años. Muchos la padecemos a fuer de comprobar con inquietud cómo las personas que nos rodean van contrayendo enfermedades que desgraciadamente muchas veces acaban mal. Los hipocondríacos solo vemos esas, las que acaban mal. Nos atenaza el miedo y pensamos que en cada analítica y a cada control que nos hagamos, puede haber un índice que nos alarme de una enfermedad incurable. Es por eso que a cada control que me someto voy con el escalofrío del reo que se encamina hacia el paredón. 

Siempre pienso en la parábola del campo de batalla. Es esa que dice que la vida es como un campo de batalla por el que nosotros, la infantería, avanza bayoneta en mano, hacia las filas enemigas, que representan la muerte. Siempre avanzamos. No podemos dejar de hacerlo, las bombas enemigas van cayendo a un lado y a otro, y vamos viendo con pavor cómo caen a nuestro alrededor muchas personas, amigos, vecinos, compañeros... A pesar del miedo y el dolor, no hay más opción que seguir caminando pertrechado lo mejor que se pueda y confiando en que la bomba, mi bomba, la que acabará conmigo, me impacte lo más tarde posible. A lo largo del avance, habrá que hacer varias veces cuerpo a tierra y volver a levantarse, confiando en que el enemigo no apunte hacia donde uno está. Un mal día, cuando tu paso es más lento y tu cuerpo se ve menos capaz de esquivar la metralla, impacta la bala y caes. ¿Bonito eh?

En fin, siento el escaso efecto euforizante del artículo. Y ahí va mi augurio: a todos les deseo una larga batalla.

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