Barraca y tangana

Mundial en invierno

Ya lo he probado y no me gusta, prefiero un plato de acelgas que otro Mundial en invierno

Lionel Messi y Luka Modric se saludan al final del encuentro.

Lionel Messi y Luka Modric se saludan al final del encuentro. / Robert Michael/dpa

Enrique Ballester

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Mundial en invierno: ahora ya puedo decir que no me gusta, que no quiero otro Mundial en invierno. Borraja o acelgas: a veces llegabas a casa tranquilísimo, sin intuir la trampa que te habían preparado, sin sospechar que tus padres habían decidido que era una buena idea comer algo de verdura al volver del colegio. Borraja o acelgas: te sentabas en la mesa, te negabas a abrir la boca y te decían 'cómo sabes que no te gusta si no lo has probado nunca'. ¿En serio? Borraja o acelgas: al final mezclabas un poco de verde con la patata y ponías cara de asco, cumplías con lo mínimo para llenarte de autoridad y contestar 'ya lo he probado y no me gusta'. Mundial en invierno: sabía que no me iba a gustar sin haberlo probado y quizá alguien podría haberme dicho 'cómo sabes que no te gusta si nunca lo has probado'. Pues vale. Mundial en invierno: ya lo he probado y no me gusta el Mundial en invierno.

Mundial en batín: a mí el cuerpo me pide otro tipo de partido en invierno. El pasado fin de semana salí de la cama, preparé un café y me acosté en el sofá, frente a la tele, aún en pijama. Me entraron unas ganas tremendas de un Getafe-Cádiz a las dos de la tarde en lugar de un cruce a vida o muerte barnizado de drama. Qué bien me vendría ahora –pensé- un Getafe-Cádiz o un Elche-Valladolid, un partido de esos que nada me importa ni me aporta, pero no molesta y acompaña sin quererlo. Mi cuerpo necesitaba un Getafe-Cádiz sin goles, con frío y guantes, con cánticos monótonos y arrítmicos, con despejes infames y con vaho saliendo de la boca de los futbolistas que respiran sudorosos, con la vena hinchada en el cuello mientras pierden tiempo. Mi cuerpo necesitaba algo rutinario, trivial y correcto, nada más: el clásico partido durillo de invierno. Pero no. Este año ha volado ese plan perfecto. Este año no tenemos de eso.

Este año tenemos Mundial en invierno: mi cuerpo es sabio y no necesita ahora este tipo de acontecimientos, mi cuerpo no está para la trascendencia, la Historia en mayúsculas y los sucesos intensos, y en Qatar todavía menos. Nos robaron un Mundial en verano, uno de esos con atardeceres tostados y lentos, con olor a 'after sun' y con el pelo húmedo y revuelto, y ahora en consecuencia nos roban un capazo de jornadas mediocres con esos partidos insulsos que solo vemos los de verdad, los malitos, los que andamos medio enfermos. Mundial en invierno: prefiero un plato de acelgas que otro Mundial en invierno.

Conspiraciones en cada penaltito

De verdad. Saca lo peor de mí este invento, lo confieso. He ido envenenándome y sospecho de todo en este Mundial en invierno: no nos ayuda que el título se lo jueguen las dos grandes estrellas del PSG catarí, en Qatar, después de todo lo que sabemos, después de todo el proceso. Mi cerebro enlaza conspiraciones en cada penaltito y teje guiones inverosímiles de traiciones y espías como este que os cuento: no tengo pruebas y tampoco dudas, pero dentro de veinte años saldrá a la luz que un grupo de argentinos secuestró al verdadero Gvardiol –el central de la máscara- al descanso del Argentina-Croacia y puso en su lugar a Ricardo Darín con esa misma máscara. Darín llevaba semanas estudiando los movimientos de Gvardiol para que no se notara el relevo, como buen actor de método. Él mismo protagonizará pronto la película y aquí lo leísteis primero. De hecho, ya tiene incluso escrita la crítica Carlos Boyero. Se titulará “Una memez” y algo de razón tendrá, me temo. 

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