Xi Jinping revisa el modelo chino

Un cartel con la imagen de Xi Jinping.

Un cartel con la imagen de Xi Jinping. / AFP

Albert Garrido

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El vigésimo congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) ha consagrado lo esperado desde hace tiempo: Xi Jinping, el presidente del país, se ha convertido en el líder con más poder desde los tiempos de Mao Zedong. Su figura ha superado con mucho las atribuciones de sus antecesores e inicia un tercer mandato con todas las palancas decisorias en sus manos. El PCCh, una organización gigantesca con más de 90 millones de militantes, se ha sometido a sus designios y parece a salvo de pugnas y facciones; el Gobierno se atiene a la revisión del capitalismo tutelado que impulsa Xi; la red de relaciones comerciales con unos 120 países sin más exigencia que la rentabilidad de los negocios hace crecer exponencialmente la influencia política de la gran nación en Asia, África y América Latina. Por lo demás, el pulso con Estados Unidos por la hegemonía, la guerra de Ucrania y su alianza estratégica con Rusia y varios indicios de debilidad en el modelo de crecimiento autorizan a mantener alguna duda sobre las perspectivas de futuro.

El think tank alemán Merics observa que, por lo general, los socios comerciales de China prefieren confiar su seguridad a Estados Unidos. Se instalan así en una dualidad de gestión no siempre fácil: el paraguas protector es estadounidense; el desarrolló de la economía depende de las inversiones chinas. Hasta la fecha, este doble frente ha funcionado sin graves alteraciones, incluso a partir de la guerra comercial sin tregua de Estados Unidos con China, porque Pekín no tiene ningún interés en colonizar ideológicamente a terceros e imponer su modelo. Pero la crisis de Ucrania ha alterado las constantes vitales de las relaciones internacionales y hoy los requisitos mínimos en materia de seguridad han pasado a primer plano en la medida en que Vladimir Putin parece capaz de cambiar las reglas del juego para una coexistencia pacífica.

Al mismo tiempo, que China se mantenga como la fábrica del mundo se antoja una condición necesaria, pero no suficiente. La debilidad del mercado inmobiliario, las consecuencias económicas y sociales de la estrategia covid cero y un insuficiente consumo interno oscurecen todas las previsiones. El Fondo Monetario Internacional calcula que el PIB de China crecerá este año el 3,2%, muy lejos del 8,1% de 2021 y, ante tales cifras, sale enseguida a colación la idea muy extendida de que con crecimientos por debajo del 7% anual, el modelo chino es incapaz de crear el empleo necesario y suavizar la repercusión de un sector público no siempre eficiente, mastodóntico y en muchos casos, poco o nada rentable.

Como ha explicado Georgina Higueras en EL PERIÓDICO, el objetivo de Xi de aumentar los sistemas de control sobre el sector privado y proteger a las empresas de titularidad política tiene mucho que ver con su propósito de “domar el mercado y a Occidente para asegurar un centenario triunfante de la República Popular China” allá por 2049. Pero no son pocos los que ven en esa maniobra a largo plazo la constatación de una impresión cada vez más extendida: que el modelo chino, heredero de la reforma de la economía impulsada por Deng Xioaping hace cuarenta años, ha perdido la oportunidad de concretar el tantas veces pronosticado sorpasso chino, la primacía de su economía por delante de la de Estados Unidos.

El profesor Rana Mitter, especialista en historia de China de la Universidad de Oxford, añade que está por ver hasta dónde puede llegar Xi “en la reducción de las libertades colectivas y las individuales al tiempo que se presenta como un ejemplo de liderazgo global”. Será ese un asunto capital en los próximos años si no lo es ya, sobre todo si se cumplen los vaticinios y la anexión de Taiwan pasa a ser la gran empresa patriótica para el PCCh, tan a menudo mutado en partido nacionalista, y el mayor foco de tensión con Estados Unidos en la carrera por la hegemonía en el Pacífico occidental.

Para Ritter, el tercer mandato de Xi prueba que en el interior del partido no se incuba ninguna tendencia disidente capaz de discutir el liderazgo. Es más, se atreve a pronosticar que cualquier cambio en la cima “reflejará diferencias de estilo, no de esencia”. Lo que es tanto como decir que el rumbo marcado por Xi lo comparten cuantos están en posición de sucederle algún día y que cabe resumir en una idea fuerza: China es una potencia global y no renunciará a dar la batalla por la hegemonía. De hecho, a un país con 1.400 millones de habitantes solo le cabe aspirar al liderazgo mundial o a compartirlo con otras grandes potencias económicas y militares, algo no exento de riesgos en términos de seguridad, de competencia y rivalidad entre aspirantes a ser hegemónicos.

Medio siglo después de la visita de Richard Nixon a China se ha desvanecido la posibilidad de limitar los objetivos expansivos de la gran nación. En primer lugar, porque el peso de la economía china tiene un carácter mundial; en segundo lugar, porque el PCCh ha archivado la competición entre clanes y se ha plegado a las directrices de un líder con voluntad de dejar a largo plazo su impronta en un sistema político que aspira a recuperar algún tipo de control sobre los grandes negocios, siquiera sea nominalmente. Porque entienden Xi y el partido que va en ello atenuar las desigualdades que pueden dar pie a tensiones sociales que ahora solo se temen, pero aún no se manifiestan.

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