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Cinco años del #MeToo

En el caso de la universidad, el aumento de las denuncias revela menos miedo a levantar la voz y mayor confianza en la respuestade la institución

Mujeres supervivientes de abuso y acoso sexual se manifiestan en Hollywood, California, en una protesta del movimiento #MeToo

Mujeres supervivientes de abuso y acoso sexual se manifiestan en Hollywood, California, en una protesta del movimiento #MeToo / MARK RALSTON

El silencio se rompió. También la impunidad empezó a resquebrajarse. En 2006, la activista afroamericana Tamara Burke empezó a utilizar la frase 'Me Too' (Yo también) en las redes. Quería concienciar del carácter omnipresente y universal de los abusos y las agresiones sexuales sobre las mujeres. En 2017, la frase se convirtió en hashtag y el #MeToo alcanzó la categoría de fenómeno global. El detonante de la eclosión fue la investigación publicada en 'The New York Times' sobre Harvey Weinstein, el todopoderoso productor de Hollywood. Hoy, cinco años más tarde, Weinstein cumple condena de 23 años de prisión por violación y por otros delitos sexuales. Además, se enfrenta a un nuevo proceso judicial en California. Si es hallado culpable, la condena podría extenderse hasta los 140 años de cárcel. 

El #MeToo provocó una sacudida colosal que hizo tambalear las estructuras del poder… y del abuso. El valor de unas mujeres animó a otras y acabaron siendo multitud las que se atrevieron a denunciar el acoso sufrido. Como todo movimiento que remueve cimientos tan consolidados, despertó los recelos de quienes creían ver en él una suerte de tribunal de la Inquisición. En su miopía, consideraban que las mujeres estaban levantando una pira para arrojar a los hombres al fuego de los herejes. En la esencia del #Metoo no está la criminalización de ellos, sino el apoyo, el ánimo y el coraje de ellas. 

A menudo se ha querido medir el éxito o el declive del #MeToo a partir de casos particulares. Creyendo en su buena salud cuando llovían sentencias condenatorias o anunciando su final ante las absoluciones. Pero es cuando se aleja el foco de los nombres y apellidos que contemplamos la magnitud de su fortaleza. La denuncia que se gestó bajo los glamurosos focos de Hollywood se ha extendido a los más variados ámbitos de nuestra sociedad. También al mundo universitario. 

A principios de este año, EL PERIÓDICO recogió las voces de 25 profesoras e investigadoras universitarias. Después de años de impotencia y vergüenza, se atrevieron a rasgar ese manto de silencio que ciega la carrera profesional -y la vida entera- de tantas mujeres. El guion siempre es el mismo: un machismo estructural que niega de forma sistemática la credibilidad de las víctimas, alimenta su descrédito, es cómplice de los agresores y permite su impunidad. 

Durante estos cinco años, los avances han sido importantes. Los protocolos en empresas e instituciones se han multiplicado. Si tomamos el ejemplo de las universidades, los casos que llegan a sus unidades de igualdad no han dejado de aumentar, lo que revela menos miedo a la denuncia y mayor confianza en la respuesta de la institución. El ímpetu del #MeToo no solo se observa en los tribunales, también impregna los más variados aspectos de la sociedad. 

Los avances son muchos, pero también es largo el camino que queda por recorrer. Aún quedan ámbitos profesionales en los que apenas ha llegado el eco del #MeToo, especialmente en aquellos en los que las mujeres están más precarizadas. A su vez, también aparecen nuevos espacios en los que actuar, como las redes sociales. Aunque el #Metoo nació como una red de apoyo y sororidad entre supervivientes de abusos, la universalidad, omnipresencia y gravedad de los casos denunciados señalan al acoso como un problema estructural que afecta al conjunto de la sociedad, no solo a las mujeres. Visibilizarlo y combatirlo es obligado para romper las jerarquías abusivas.