Limón & Vinagre

Puigneró, héroe o villano

El tiempo decidirá su calificación definitiva, aunque el sacrificio le puede convertir en el aspirante a candidato de Junts que perseguía, bloqueando así el paso a un compañero de filas. O sea, a su enemigo

Jordi Puigneró

Jordi Puigneró / CRISTINA TOMÀS / ACN

Josep Cuní

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Fue la noche del 15 de agosto de uno de los veranos de sus descontentos presidenciales. Pasqual Maragall cenaba con un reducido grupo de periodistas que sabía de su estival coincidencia ampurdanesa. Próximo y distendido se apresuró a compartir su desasosiego. El tripartito se había convertido en un rompecabezas impensable cuando se firmó el Pacto del Tinell. Y aunque las deslealtades empezaban con los socios, acababan con los propios. Como Churchill, Maragall ya percibía que sus enemigos eran los suyos. Los otros solo rivales. Casi tan contundentes como sus opositores capitaneados por CiU que se resistía aceptar la pérdida oficial del poder, sí, pero simples contrincantes a batir. 

Al laureado alcalde olímpico le costaba asumir que su posición había cambiado. Que la anhelada presidencia no le permitía la libertad de actuación que tuvo como edil, por mucho que lo intentara. Menos aún, supeditado a una coalición que se vendió como la primera, olvidando que sus antecesores siempre la habían tenido. Pero el estilo y las formas eran otras. Hasta el punto que en múltiples crónicas acabaron hablando de CiU como partido. Era lógico. Sus diferencias, que las había, como demostró el largo y tortuoso camino hacia su desmantelamiento, quedaban en el terreno de las familias y hasta entonces nunca se habían llevado al seno del Ejecutivo. Pujol era mucho Pujol. La Generalitat era la presidencia. O sea, él. Y así quedó en el imaginario colectivo.

Aunque cada comensal eligió un menú frugal, no consiguió superar la simple tortilla a la francesa que pidió el anfitrión. Importaba más la sincera conversación que el ágape. Y así fue como, tras los típicos circunloquios, en los que parece que la prudencia puede más que la confianza, uno de los comensales le espetó al 'president' que mandara. Si no quería ni podía hacerlo como su antecesor, con quien coincidía más de lo que se creía, que lo hiciera como su admirado Tarradellas. ¡Manda! Y ante el silencio colectivo, sonó la razón. Era el Govern el que estaba en coalición, no la presidencia ni su potestad. El cansancio y la incipiente enfermedad aún desconocida le restó los ánimos necesarios para emprender la ofensiva. Un año después anunció que no se presentaría a la reelección. Montilla intentó remontar, pero la crisis económica y las mismas amistades peligrosas acabaron minando la intención.  

Diecisiete años después, Pere Aragonés parece haber tomado aquella decisión pendiente. Demostrar la autoridad que sus socios no le otorgan. Curiosamente, los herederos del modelo que proyectó un respeto a la máxima figura institucional cercana al reverencialismo son quienes ahora lo erosionan, dando alas a la especulación que si no es para ellos que no sea para nadie. Claro que, en su defensa, pueden esgrimir los ataques en la misma dirección hasta hace año y medio de sus todavía socios. 

De las cruzadas acusaciones de deslealtad Jordi Puigneró Ferrer (San Cugat del Vallés, 2 de febrero de 1974) ha sido la penúltima víctima. Su cabeza servida en la bandeja de plata del divorcio para unos es la del villano y para otros la del héroe. El tiempo decidirá su calificación definitiva, aunque el sacrificio le puede convertir en el aspirante a candidato de Junts que perseguía, bloqueando así el paso a un compañero de filas. O sea, a su enemigo. 

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