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Madrid-Barcelona, pasado-futuro

El cartel de la Mercè de David de las Heras.

El cartel de la Mercè de David de las Heras. / EPC

Albert Sáez

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Barcelona está de fiesta. Vuelve la Mercè. Las tertulias de la ciudad siguen melancólicas. La salida de la pandemia ha devuelto a los turistas, en menos cantidad pero a mejor precio. El templo del Eixample ha sido profanado por las 'superilles'. Las terrazas de los bares no se consolidan en las calles ocupadas por la maquinaria. La fiesta se traslada a Ciutat Meridiana sin entusiasmar a sus vecinos. Llega la Copa América de Vela. Las sedes de empresas siguen sin volver. Se recupera la alegría a pesar de la guerra que, curiosamente, pese a ser más cercana, no ha concitado ni una manifestación. Aquel 'No a la guerra' era según y cómo. Para cierta Barcelona, los rusos siguen siendo menos antipáticos que los americanos. El sectarismo conduce a este tipo de fariseísmos. La pregunta es recurrente: ¿ha caído Barcelona en la decadencia? ¿Le ha pasado Madrid por delante? ¿O Málaga según algunos? Los decadentes son algunos sectores, algunas empresas y algunas ideologías.

Las percepciones dependen de los indicadores. Con la vara de medir del siglo XX, Madrid va mejor que Barcelona: aumenta en turismo, capta empresas (especialmente las de los mercados regulados y las que les dan servicio), crece en oficinas, está de moda, atrae grandes fortunas latinoamericanas... El otro día se publicó una noticia que pasó desapercibida. Madrid se plantea promover un distrito tecnológico como el 22@ que se puso en marcha hace... ¡22 años! Barcelona sale mejor parada con los parámetros del siglo XXI: cuenta con un importante tejido de empresas tecnológicas que se mueven bien en los mercados democráticos, atrae talento de los nómadas digitales, incrementa la calidad de su turismo, afronta el reto medioambiental, tiene una sanidad puntera, alberga universidades de prestigio global, conserva espacios de colaboración público-privada...

La ciudad afronta los retos de este siglo aunque demasiadas veces el discurso oficial lo haga con un tono antipático, basado más en la venganza por ciertas batallas perdidas en el siglo XX que en la ilusión por superar los retos del siglo XXI. Los gobiernos no pueden actuar como activistas, ni de la independencia ni de ninguna otra revolución. Barcelona necesita más diálogo y menos proclamas, más propuestas y menos protestas, más retos colectivos y menos desafíos sectarios, menos lamentos y más reconocimientos. Que la Mercè los traiga.

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