Artículo de Xavier Martínez Celorrio

Inicio de un curso que será decisivo

El 'conseller' Cambray tiene un comienzo de curso muy complicado porque no ha entendido cómo funciona el transatlántico de la escuela catalana

Cambray se reúne con los sindicatos.

Cambray se reúne con los sindicatos. / MARTÍ RODRIGUEZ/ACN

Xavier Martínez-Celorrio

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En todo gobierno, el departamento de Educación es el más complejo y desafiante de gestionar y legislar. No solo por la centralidad que tiene la educación a la hora de instruir, socializar y conciliar en el presente sino también por ser tan clave en la conformación de la sociedad, la economía y la cultura del inmediato futuro. Por ello concita tantos intereses y conflictos, abriendo múltiples carpetas y desafíos en cada una de las etapas educativas de 0 a 18 años, en sus currículos, sus presupuestos, su profesorado o sus resultados.

La educación siempre es perfectible y mejorable, siendo el foco de muchas ansiedades sociales y luchas ideológicas, aparte de incontables debates pedagógicos. Es materia informativa constante, más para mal que para bien, porque lo negativo siempre vende y se destaca más. Es tal su complejidad, tan extensos sus agravios y problemáticas y tan ambiguo su balance final que los presidentes o primeros ministros han dejado de implicarse personalmente por la educación. La citan y la mencionan bajo una retórica hueca y de compromiso, pero no la lideran ni se mojan por ella. El último 'premier' que sí se implicó fue Tony Blair al llegar al poder en 1997, tras 18 años de thatcherismo. Aquí, no hay un caso parecido, sea en Moncloa o en el Palau de la Generalitat. Prefieren no arriesgar y delegar en sus ministros o 'consellers'.

Cambray tiene un inicio de curso muy complicado porque no ha entendido cómo funciona el transatlántico de la escuela catalana. Aunque haya logrado desactivar las huelgas in extremis, se lo debe al Gobierno de Pedro Sánchez, que ha relajado el techo de déficit (contra lo que hizo el PP) y ha posibilitado que la Generalitat dedique 170 millones, el próximo enero, para revertir el grueso de los recortes de aquel 'Govern dels millors' de Artur Mas, tan entusiasta de la austeridad. Pero Cambray le debe también al Gobierno central la inyección de 1.019 millones extraordinarios que, desde 2020 y hasta 2023, están llegando a Catalunya desde el Ministerio de Educación y FP, aunque nunca lo diga y se ponga él la medalla. 

Las elecciones sindicales en el sector educativo serán el próximo marzo. Ahora los sindicatos han dado una tregua, pero el conflicto no se ha acabado. La desconfianza mutua continua y el coste de aprendizaje del nuevo equipo de Cambray, y de él mismo y su falta de cintura política, ha sido demasiado elevado, como si fuesen 'amateurs' de la gestión pública. El sector educativo es muy sufrido (lo vimos en la larga pandemia) pero ya no va a tolerar más frivolidad y personalismo creador de problemas. El 'president' Aragonès tampoco. Las elecciones municipales están a la vuelta de la esquina y el descrédito de ERC por la mala gestión de Cambray es una amenaza nada menor. Ser jacobino en Madrid puede entenderse, pero serlo en Via Augusta y pilotar todo el sistema educativo sin empatía alguna y sin escuchar a los municipios, sea del signo que sean, es una de las máximas contradicciones de los republicanos.

La escuela catalana vive una nueva encrucijada con expectativas que, esta vez, no se pueden frustrar. Tras la pandemia y el exceso de estrés vivido por docentes, alumnos y familias, están llegando inversiones millonarias y nuevas leyes educativas más progresistas y ambiciosas, que permiten encarar los enormes retos pendientes del horizonte 2030. El 'procés' ha restado mucho tiempo y energías, en lugar de construir una Catalunya futura más ecológica, más digitalizada y más equitativa y socialmente justa. Desde la buena gestión pública del presente. Un desafío que pasa, sí o si, por la educación y la formación profesional pública y moderna que se merece una Catalunya multicultural y competitiva.

Un reto de indudable complejidad en el que no sobra nadie. Al contrario, conviene leerse las aportaciones del Govern alternatiu de Salvador Illa, que son excelentes en materia de educación infantil o de formación profesional. La calidad de un sistema educativo no solo depende de la calidad de su profesorado. Antes que nada, depende de la calidad de su gobernanza y de sus 'consellers' responsables. Los deberes acumulados son tantos que no solo se requiere una cura de humildad sino pactar grandes consensos y objetivos estratégicos desde un liderazgo más compartido. Quizás es pedir demasiado, pero no es pedir la luna. 

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