El riesgo de la extrema derecha
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Europa, pendiente de Italia

Incluso si las distancias que ha marcado con el fascismo fuesen sinceras, Meloni sigue siendo un riesgo para la UE en el momento más crítico

Giorgia Meloni, extrema derecha en Italia

Giorgia Meloni, extrema derecha en Italia

Si no se producen acontecimientos imprevistos, una alianza de derechas y extrema derecha puede ganar las elecciones legislativas italianas del 25 de septiembre y llevar a una política procedente de la tradición neofascista, Giorgia Meloni, al cargo de primer ministro. El último sondeo, publicado esta semana, da un 49,8% a la coalición integrada por la extrema derecha de los Fratelli d’Italia (Meloni), los populistas radicales de la Legha (Matteo Salvini) y la derecha conservadora de Forza Italia (Silvio Berlusconi). Teniendo en cuenta que este sondeo solo otorga un 30% de los votos a las izquierdas, no parece que nada pueda impedir el acceso a la jefatura del Gobierno a los herederos del Movimiento Social Italiano (MSI). En consecuencia, no es de extrañar que el dossier de Italia –el cuarto PIB de la Unión Europea– ocupe un lugar destacadísimo en la agenda de todos los líderes europeos y de los responsables de la UE.

La sustitución de un gobernante pragmático y europeísta convencido, como Mario Draghi, por alguien como Giorgia Meloni, de dudosas convicciones europeas, supone, efectivamente, un motivo de preocupación para Bruselas y muchas cancillerías. De confirmarse estos vaticinios electorales, Meloni entrará en el Palazzo Chigi, sede del Gobierno, coincidiendo con el centenario de la marcha sobre Roma con la que las camisas negras de Mussolini establecieron el fascismo en Italia. Aunque la fecha sea fruto del azar, puesto que fue Mario Draghi quien disolvió el Parlamento tras quebrarse el Gobierno de unidad víctima del cainismo de la política italiana, muchos se preguntan si la líder de los Fratelli será prisionera de la tradición antidemocrática del MSI en la que dio sus primeros pasos políticos, o asumirá los postulados conservadores pero democráticos de la derecha europea. Quienes la descubrieron por primera vez por su furibunda intervención en un mitin de Vox, durante la reciente campaña electoral andaluza, pueden pensar, con razón, que encarna unos valores ajenos a los que permitieron fundar la Unión Europea. Sin embargo, a medida que aumenta su aceptación en las encuestas, Meloni ha tomado distancia de sus orígenes políticos. Hasta llegar a publicar un video en el que afirma su compromiso con la democracia, las libertades y la propia UE. Un giro en comparación con anteriores posiciones en las que ella, y miembros de su partido, flirtearon con actitudes xenófobas y antisemitas, acusaron al euro de todos los males de Italia y sostuvieron que las leyes italianas debían prevalecer siempre sobre las del Parlamento Europeo.

Para valorar el alcance y la sinceridad de este giro político hay que mirar, por supuesto, por el retrovisor de la historia italiana, pero también al auge del populismo de derechas en varios países europeos. Meloni aspira a formar un eje con la Hungría populista de Viktor Orbán y con la Polonia ultraconservadora de Mateusz Morawiecki. Políticos que se resisten a aceptar la primacía de las leyes comunitarias en materia de derechos de las minorías, pero que renuncian, formalmente, a romper la baraja de su pertenencia a la UE. Para situarse en esta tesitura, Meloni se ha distanciado por primera vez de Mussolini, ha mandado mensajes tranquilizadores a Bruselas, y ha apoyado la intervención en Ucrania, arrinconando anteriores coqueteos con Vladimir Putin, que seguirá contando, sin embargo, en la nueva coalición de Gobierno, con su viejo amigo Silvio Berlusconi. Quizá Meloni no quiera ejercer de enterradora de la UE: pero sí se prefigura como desencadenante de una crisis que puede hacer temblar sus cimientos y torpedear su gobernabilidad en un momento crítico.