La campaña militar (41) | Análisis de Jesús A. Núñez Villaverde

Ucrania: la importancia del jefe en la batalla

La constante aparición de Zelenski ante su propia ciudadanía sirve como elemento central para crear y mantener una moral de combate y resistencia que explica en gran medida que el país no haya sido derrotado hasta ahora

Ukrainian President Zelensky visits frontline

Ukrainian President Zelensky visits frontline / PRESIDENTIAL PRESS SERVICE HANDO

Jesús A. Núñez Villaverde

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En las guerras actuales es muy excepcional que los máximos responsables políticos de los grupos o naciones implicadas se asomen a la primera línea de combate. De hecho, ni siquiera es habitual que lo hagan los altos mandos militares de cada bando, sin que eso tenga nada que ver con su mayor o menor aversión al riesgo personal. Por eso cobra aún más importancia que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, haya realizado recientes visitas al frente, tanto en las regiones de Donetsk y Zaporiyia, como, especialmente, en Lisichansk, localidad vecina de Severodonetsk, donde sus tropas están tratando de resistir el empuje ruso, en su reiterado intento de lograr una victoria parcial que les permitiría controlar la práctica totalidad de Lugansk.

El detalle va más allá de la anécdota. Zelenski es, desde el arranque de la invasión rusa, un ejemplo de liderazgo indiscutible para una población y un país que se juegan su propia existencia. Crecientemente cuestionado desde su llegada al cargo en mayo de 2019 por los incumplimientos de su programa electoral, especialmente en relación con su promesa de combatir sin desmayo el alto nivel de corrupción imperante, hoy se ha convertido en una referencia sumamente popular y en el principal motor moral de la resistencia al invasor. Y lo ha logrado con una sabia combinación de factores que van desde su propia vestimenta -que lo identifica no solo como un ciudadano más, sino como un soldado más- hasta su constante presencia en los medios y las redes sociales -arengando a sus tropas y reclamando atención y apoyo internacional-, sin olvidar sentencias tan paradigmáticas como su “no necesito un taxi, necesito munición”.

Tanto si todo ello es producto de su propio carácter o de un muy bien engrasado gabinete de imagen, el hecho incontrovertible es que Zelenski está ganando la batalla del relato, frente al que utiliza Moscú -“desnazificar Ucrania y salvar a la población de un gobierno genocida”-; de tal manera que ya cabe suponer que su campaña pronto será estudiada como ejemplo por muchos otros líderes. Además, su constante aparición ante su propia ciudadanía, asumiendo un riesgo nada desdeñable por muchas que sean las medidas de seguridad a su alrededor, sirve como elemento central para crear y mantener una moral de combate y resistencia que explica en gran medida que Ucrania no haya sido derrotada hasta ahora.

Y para llegar a ese punto no es necesario que sea un geoestratega de primer nivel ni, menos aún, un comandante en jefe capaz de dirigir directamente a sus uniformados. Basta con que sepa representar en primera persona los anhelos de su pueblo, sufriendo y alegrándose al unísono con el resto de la población.

Evidentemente, esa misma centralidad de su figura tiene un claro talón de Aquiles. Su eliminación, por la vía que sea, supondría un tremendo revés para una población que hoy aparece más unida que nunca -como si la fractura interna entre prorrusos y proeuropeos nunca hubiera existido-. Por otro lado, la deriva hacia un caudillismo mesiánico es una tentación que nunca resulta fácil de manejar, más aún en una sociedad en la que la democracia no estaba plenamente asentada y en la que los oligarcas han sabido instrumentalizar a su favor a los gobernantes ocasionales de Kiev. Pero, a la espera de comprobar si evita precipitarse en la espiral de endiosamiento a la que puede llevarle una situación tan excepcional como la que vive actualmente Ucrania, es inmediato entender que resulta vital para la defensa su país.

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