La campaña militar (35) | Análisis de Jesús A. Núñez Villaverde

Análisis de la campaña militar | Ucrania también sabe jugar a la guerra de propaganda

Putin es el principal responsable de lo que ahora sufre la población ucraniana; pero eso no convierte en falso o delirante todo lo que dice Moscú ni en verdadero a ultranza lo que sostenga Kiev

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, durante su intervención en la apertura del Foro económico de Davos.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, durante su intervención en la apertura del Foro económico de Davos. / LAURENT GILLIERON

Jesús A. Núñez Villaverde

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Desde el arranque de la invasión rusa se tiende a pensar, sobre todo en amplios círculos de opinión occidental, que Rusia es el único que se empeña en una guerra de propaganda que pretende justificar su violación del derecho internacional y ganar simpatizantes y aliados en su confrontación con Ucrania. Y es cierto que por el camino Putin ha intentado convencernos de que Ucrania iba a atacar a Rusia, de que su operación especial militar solo es, por tanto, una medida preventiva que únicamente busca salvar a los ucranianos de un gobierno nazi y genocida, de que nunca ha atacado a civiles desarmados, de que todo va según los planes previstos y tantas otras perlas. Pero nada de eso puede hacer olvidar que también desde Ucrania y sus aliados se juega con cartas muy similares, procurando presentar una imagen impoluta de sí mismos y visibilizar al enemigo como una encarnación del mal sin paliativos.

Así ocurre, por ejemplo, cuando Kiev pretende hacernos creer que el extraordinario rendimiento de sus militares- capaces no solo de resistir la embestida, sino incluso de contratacar exitosamente- se debe exclusivamente a su bravura y su alta moral de combate. Como si no fuera meridianamente claro que en ningún caso se habría llegado a la situación actual si no hubiera sido por el asesoramiento, la instrucción, el suministro de inteligencia y la entrega de material que, sobre todo Estados Unidos, le lleva prestando desde hace años. Del mismo modo, ha sabido crear una imagen idílica de su propio presidente, convertido en el pilar fundamental de la voluntad nacional de resistencia al invasor y en el principal activador de la solidaridad internacional con la suerte de Ucrania, pasando por encima de las críticas que ya había acumulado desde su llegada al poder en 2019 y de la fragmentación interna de una sociedad dividida a grandes rasgos entre prorrusos y proeuropeos.

Igualmente, atendiendo a su discurso podría parecer que todo el mundo está de su lado, cuando la realidad se empeña en demostrar que son mayoría los países que tratan de mantenerse al margen del conflicto o se alinean directamente con Moscú, no aplicando sanciones contra Rusia ni suministrando material de defensa a Ucrania. Una visión que también contribuye a difundir Estados Unidos y otros aliados occidentales, tratando de hacer ver que el fundamento único de su apoyo a Kiev es la defensa de la soberanía y la integridad territorial de Ucrania. Un argumento que no pareció importar mucho cuando Rusia se anexionó Crimea hace ocho años y que, en el fondo, aspira a ocultar que el objetivo fundamental del apoyo estadounidense, como ha confirmado su propio ministro de Defensa, es debilitar todo lo posible a Rusia, empleando a los ucranianos como punta de lanza.

No puede caber duda alguna de que Putin es el principal responsable de lo que ahora sufre la población ucraniana; pero eso no convierte en falso o delirante todo lo que dice Moscú ni en verdadero a ultranza lo que sostenga Kiev. Reconocer que todos los actores implicados en una guerra hacen propaganda en defensa de sus intereses debería ser, simplemente, un punto de partida para evitar juicios definitivos sobre cuestiones que, sin fuentes de información independientes en muchos casos, quizás nunca se conozcan o tarden mucho en quedar aclaradas. Tomar partido de manera acrítica, dejándose llevar por simpatías o prejuicios ideológicos, lo único que provoca es una mayor probabilidad de equivocarse y de caer en el ridículo difundiendo bulos.

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